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Trump y Francisco: encuentro esperanzador

Los dos líderes se encontraron cara a cara: quien encarna el poder económico, político y militar, por un lado, frente a quien representa la autoridad espiritual.

No es nuevo el encuentro, teniendo en cambio lejanísimas reminiscencias de cuando el Papa y el Emperador se hacían mutuamente contrapeso. Con una diferencia fundamental: en aquellos lejanos días medievales el Papa representaba también un peso político, era un actor más del escenario. Ahora en cambio, libre del lastre territorial, el Papa supone únicamente una autoridad espiritual por ser obispo de Roma y una autoridad moral por ser Francisco.

Es importante que dialoguen, que se encuentren, cara a cara. No bastan las declaraciones o los gestos. Es notorio que representan formas antagónicas de entender su rol en el mundo, ofreciendo cada uno recetas contradictorias para hacer frente a los problemas de la humanidad. Pero el diálogo es importante, pues ayuda a descubrir los puntos en común, decir las cosas noblemente a la cara e intentar caminos que permitan suturar las estrategias hasta ahora divergentes para afrontar los problemas de la sociedad.

Quizá este encuentro sólo es comparable con el que en su momento mantuvieron san Juan Pablo II y Mijaíl Gorbachov el 1 de diciembre de 1989 en el Vaticano: dos visiones contrapuestas del mundo que se encuentran sorpresiva y amistosamente.

La diferencia con el encuentro entre los dos gigantes eslavos, es que no podrían existir dos personalidades más antagónicas: Francisco y Trump. Francisco amante de la naturaleza, de la sencillez, de la pobreza, con una visión sinfónica de la humanidad donde todos somos responsables de todos; Trump magnate del capitalismo salvaje, celoso exclusivamente por los intereses de su país.

Francisco escribe sobre ecología; Trump rechaza los protocolos para evitar el calentamiento global, pues los considera lesivos de su economía. Francisco denuncia con fuerza a los que comercian con armas, pues alimentan los conflictos que desangran a la humanidad; Trump acaba de firmar un convenio multimillonario con Arabia Saudita para abastecerla de armas (y activar de paso la economía estadounidense). Francisco que clama por acoger a los inmigrantes en Europa, provenientes del norte de África y Oriente Medio; Trump que construye un muro para evitar que pasen inmigrantes mexicanos. La lista podría seguir.

Y sin embargo, a todos beneficia una sinergia entre el poder temporal y la autoridad espiritual. Mejor una solución de compromiso, un diálogo, un camino en común, a la ruptura y el divorcio entre ambos. La llamada del espíritu puede generar una toma de conciencia dentro del prepotente poder de la humanidad. Nunca, si cabe, ha sido más urgente esta confrontación, nunca ha sido más necesario generar un espacio de reflexión. El ciego culto a la eficacia, al poder, a los propios intereses puede conducir a la humanidad a un punto de no retorno. Cuando Trump amaga con desencadenar un conflicto nuclear con Corea del Norte, o interviene unilateralmente en Siria elevando la tensión política con Rusia, el Papa le obsequia un simbólico olivo símbolo de la paz.

Francisco le hace ver que por su posición privilegiada debe usar su poder para construir la paz. Que la paz mal se construye cimentada sobre el miedo, ya lo debería haber aprendido la humanidad hace un siglo con la Primera Guerra Mundial. Francisco ejerce su autoridad espiritual e invita a Trump a que tome conciencia de su misión en el mundo como constructor de la paz, le recuerda que su poder debe fructificar en paz para la humanidad, no en guerras fuera de su país que lo activen económicamente.

En palabras de Greg Burke, estadounidense y portavoz del Papa, el diálogo fue productivo. Hay en efecto muchos puntos en común, pues ambos líderes coinciden en defender el valor de la vida (entiéndase, la vida humana en el seno materno), la libertad religiosa y la de conciencia. Cabría agregar, muy de la mano con estos tres rubros, la defensa de la familia. Pero, también en sus palabras, fue realista, pues no están resueltas todas las incompatibilidades: no se alcanzó un consenso, entre otros asuntos, respecto a la asistencia a los inmigrantes. El tema de la paz fue claramente focal en la reunión; no parece, sin embargo, que tengan la misma percepción respecto a la forma de alcanzarla. Lo cierto es que en el encuentro con el Secretario de Estado Vaticano se trató de “la promoción de la paz a través de la negociación política y el diálogo interreligioso, especialmente en Oriente Medio” y también -¡gracias a Dios!- sobre “la situación de las comunidades cristianas”.

Puede afirmarse, en resumen, que se trata de un encuentro esperanzador, un tímido primer paso necesario, para que el poder político y la autoridad religiosa hagan sinergia en beneficio de la sociedad.

Doctor en Filosofía

 

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