huellas
Caminemos juntos como discípulos y misioneros

¡Revolución!

Un grito cada vez más fuerte. ¡Revolución! Algo que tantos solicitan. ¡Revolución! Algo que algunos conmemoran como hecho del ayer. ¡Revolución! Para mí: el estado natural del que se considere ser humano.

Justo cuando el ser humano olvida que está llamado a ser constantemente revolucionario es cuando termina por pactar con un presente que nunca será digno y comienza, así, su triste corrupción.

Hoy, muchos hacen memoria de una supuesta “Revolución” acaecida a inicios del siglo pasado. ¿Qué ha pasado entonces todos estos años? Una triste mentalidad comodina, con miedo al cambio y a poner en juego la capacidad creativa que como seres humanos tenemos. Cuando esto sucede, el horizonte se congela y queda a la deriva, o mejor dicho, a la dirección de algunos.

¡Revolución! Claro que sí. Ese es el grito de todo ser humano en cada momento de su existencia. Esa es la respuesta de las mentes que han dejado huella en nuestro mundo, justo, por su capacidad de dejarse interpelar por el tiempo y darle una respuesta personal.

Hoy, muchos en la calle harán una memoria histórica. Puede ser un primer paso revolucionario, pero creo que hacen falta dos cosas esenciales para que nuestra revolución realmente siga adelante.

La primera: creatividad. La revolución no puede ser destrucción. Eso va contra la misma esencia de su nombre, pretende dar una vuelta más, un planteamiento adicional y, por lo tanto, reclama creatividad. Hacer las cosas diferentes, nuevas, capaces de responder a mi vida, al hombre de hoy, al de Internet, al de la contaminación, al de lo industrializado, al de la globalización. Ahí la riqueza de toda revolución: su capacidad de ser creativo y constituir una nueva respuesta a las exigencias de la persona.

La segunda: compromiso social. La revolución no puede ser de algunos. La revolución es el cambio que un pueblo reclama para su propio desarrollo. Para todo el pueblo y, por lo tanto, no puede dejar a nadie fuera; lo repito, no puede dejar a nadie fuera. No puede olvidar su ayer, ni los que hoy día están incomodando. Pero sobre todo, no puede olvidar a los que más necesitan la revolución, a los que le han de dar un verdadero sentido a la lucha –porque es una lucha, un romper comodidades y entregar la vida–, no puede olvidar a los que el sistema imperante deja a un lado y que son los que el ejercicio de la creatividad ha de incluir en la dinámica social: los pobres, los que a los ojos de los demás pasan como “inútiles”, los que tras toda su vida de entrega ya no pueden seguir el ritmo, los que comienzan sus pasos y se les cierran las puertas. Ellos son el sentido de una revolución. Cuando un pueblo se da cuenta de que su cultura no le permite ser verdaderamente pueblo, porque está dejando de lado a parte de sus miembros, entonces, con mayor fuerza, se reclama la creatividad para dar una solución a tal fratricidio.

Hoy yo celebro la Revolución, pero aquella que tú y yo con nuestra creatividad vamos a ofrecer a este mundo. Ante todos sus problemas nuestro compromiso social creativo ha de ser la solución. No destruyamos nuestro país, mejor construyamos uno mejor. No pactemos con las estructuras imperantes que nos ofrecen el espejismo del placer, pero no puede ofrecernos la verdadera felicidad. Pactemos únicamente con el ser humano, lo único verdaderamente valioso que hay sobre la faz de la tierra y comprometámonos con nuestra creatividad.

¿Imaginas un país en el que nuestra creatividad cotidiana, nuestra revolución cotidiana, este comprometida con su sociedad buscando un mundo mejor?  Ahí yo quiero vivir! ¿te apuntas?

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