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Dos Papas que revolucionaron a la iglesia y al mundo

El próximo domingo 27 de abril, Festividad de la Divina Misericordia, el Santo Padre canonizará a los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Sin duda, es un día de fiesta universal no sólo para la Iglesia sino para el mundo entero.

Recuerdo en mis años de infancia, en 1958, cuando fue elegido el popular “Papa bueno”, como cariñosamente le llamaban los fieles. Se pensaba que “era el típico Papa de transición”, por su avanzada edad, pero en el desempeño como Sucesor de San Pedro, sorprendió al mundo entero al convocar al Concilio Ecuménico Vaticano II, en el que reunió a Cardenales y Obispos de los cinco continentes y además invitó a participar a dirigentes de otras religiones, como: Anglicanos, Ortodoxos, Rabinos Judíos, Luteranos…

Sus años como Nuncio en países de Europa del Este y en los que convivía con personas de muy variadas religiones, comprendió que había que iniciar un diálogo constructivo con ellos. A este Concilio también fueron convocados destacados intelectuales, fieles laicos de la Iglesia, como “observadores especiales”.

Deseaba ardientemente renovar a la Iglesia y abrirse más a las apremiantes necesidades de los más necesitados y de la paz universal, como lo expone en su Encíclica “Paz en la Tierra”, en medios de las fuertes tensiones por la llamada “Guerra Fría”. Se entrevistó con Presidentes de muchos países y Embajadores, y tuvo fructíferos encuentros con personalidades de gran talla cultural.

Un tema que a Juan XXIII le interesaba particularmente era promover y animar a una mayor participación de los laicos mediante su presencia activa en la Iglesia, pero de modo especial en su trabajo profesional para cristianizar las diversas estructuras temporales; de hacerlos conscientes de que podían tener un papel más protagónico en la sociedad y llevar a todos los ambientes la doctrina de Jesucristo. Falleció en 1963 y el actual Siervo de Dios, el Papa Paulo VI continuó con el Concilio hasta 1965. Cuando leí “Las Memorias Autobiográficas” del Papa Juan XXIII no me quedó la menor duda que era un hombre santo y enamorado de Dios y que algún día llegaría a los Altares.

Después del fallecimiento de Paulo VI, en el verano de 1978, fue electo Juan Pablo I, “el Papa de la Sonrisa”, cuyo breve pontificado duró poco más de un mes, pero se ganó la simpatía del mundo entero. En 1978 fue electo un Papa que venía desde Polonia, Juan Pablo II, hasta entonces Cardenal de Cracovia.

Tenía un liderazgo y simpatía naturales y sabía moverse entre intelectuales, pensadores, catedráticos, puesto que él era un experto en Filosofía, Teología y Letras Eslavas. Como sacerdote y Obispo, buscaba siempre a los jóvenes para brindarles formación cristiana. Sufrió las penalidades de la Segunda Guerra Mundial y, después, el régimen Comunista lo vigilaba constantemente, como a todos los Pastores de la Iglesia Católica. Incluso la KGB (espías soviéticos y polacos) le colocaron un micrófono oculto en su confesionario, porque sospechaban que era un disidente del sistema marxista-leninista, pero no descubrieron más que a un sacerdote con un gran celo por la salvación de todas las almas.

Después fue a Roma para estudiar su Doctorado en Teología y se le invitó al Concilio Vaticano II. Allí conoció al célebre catedrático alemán y Arzobispo de Baviera, Monseñor Joseph Ratzinger, e iniciaron una amistad que duró hasta la muerte de Juan Pablo II, y lo quiso tener entre sus principales colaboradores en el Vaticano, como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Esa mancuerna (un brillante filósofo y un profundo teólogo) fue decisiva para la elaboración de documentos clave, como por ejemplo, sobre la Teología de la Liberación, sobre el Valor de la Vida Humana, acerca de la Bioética, del papel de la mujer en la Iglesia, y otros temas de palpitante actualidad en los que la sociedad pedía orientación. Quizá lo más sobresaliente fue ese encargo que le hizo el Papa Juan Pablo II al Cardenal Raztinger para que elaborara (junto con un equipo de expertos) el “Catecismo Universal de la Iglesia Católica”, con la finalidad de aclarar muchas dudas y desconciertos que surgieron después del Concilio Vaticano II, del que algunos aprovecharon para sembrar confusión, con el pretexto de una “Iglesia adulta y renovada”, cayendo en graves desviaciones.

Sin duda, este Papa fue el que más viajes pastorales realizó alrededor del orbe para escuchar personalmente las necesidades de sus Nuncios, Obispos, sacerdotes y fieles laicos. Se entrevistó con centenares de Presidentes, de Diplomáticos, de representantes del mundo de la cultura y del arte. Y un lugar destacado merece su  acercamiento con los jóvenes, cuando impulsó las Jornadas Mundiales de la Juventud, que hasta la fecha han tenido una entusiasta respuesta por mostrar su afecto al Romano Pontífice y el Papa no desaprovechaba ningún discurso para abrirles generosos y magnánimos horizontes; a ellos les pedía un cambio más decidido y radical en su  acercamiento a Jesucristo. Por supuesto, animó a muchas y a muchos jóvenes a decir que “sí” a la llamada divina que sentían interiormente para entregarle al Señor toda su vida. De 1978 al año en que falleció en 2005, aumentó en forma notable el número de sacerdotes, religiosos, misioneras, monjas, seminaristas, novicias y laicos comprometidos.

Su acercamiento con las demás Iglesias fue notable, como el “Encuentro de Asís”, en el que todos oraron por la paz y fraternidad entre las personas de los cinco continentes. Sus encuentros con las familias también tuvieron importantes repercusiones para cuidar ese tesoro valiosísimo y velar por su unidad, así como el amor y respeto por los no nacidos, el cariño entre los cónyuges y su papel determinante en la formación de sus hijos. En cada viaje se le esperaba con mucha ilusión y alcanzó una gran popularidad por su figura carismática, Varias revistas y publicaciones le concedieron el título de “El Hombre del Año”.

Especial impacto causó su visita a Jerusalén, cuando visitó “El Muro de las Lamentaciones” y pidió perdón por todos los errores humanos y abusos que personas de la Iglesia católica habían causado a lo largo de la historia de la humanidad. Hasta personas ateas y agnósticas elogiaron este significativo gesto del Sumo Pontífice.

El día que falleció, cientos de jóvenes y fieles oraban por el Papa y le comentó a su vocero de prensa, Joaquín Navarro-Valls: “Al principio, yo salí en busca de los jóvenes, ahora ellos vienen a rezar por mí, ¿no es un detalle hermoso?” Y continuó: “Ansío que me dejen ir a la Casa de mi Padre Dios. Pocos minutos después falleció.

Durante sus multitudinarios funerales, en que vinieron representantes de muchos países y una innumerable cantidad de jóvenes mostraban sus pancartas y gritaban en italiano: “Santo Súbito”, es decir, “que se le declare santo cuanto antes”. Pues ese día ha llegado.

Juan XXIII y Juan Pablo II, han sido dos gigantes del espíritu que con una mentalidad visionaria y a mediano y largo plazo, impulsaron un renovado cambio dentro de la Iglesia, con un mayor diálogo y apertura hacia todo el género humano, y como lo han continuado haciendo, también, durante su pontificado el Papa Benedicto XVI y, ahora, el actual Papa Francisco.

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