¿Quién nos habla en la Navidad?

Si repasamos los textos del Papa Francisco desde sus primeros discursos, homilías, exhortaciones apostólicas, su encíclica y demás intervenciones ante los Obispos, religiosos, fieles laicos y medios de comunicación, hay una constante en su predicación en la que nos dice: volvamos a las entrañas del Evangelio; Jesucristo nos enseñó a preocuparnos por los que padecen pobreza extrema, por los que se encuentran enfermos sin medicinas, por los niños en orfelinatos, ancianos en asilos, tantas personas que viven en una dolorosa soledad, indiferencia y abandono.

Y nos recuerda -con fuerza- que Cristo nos habla a través de la pobreza y esas manifestaciones de desamparo de nuestros prójimos o “próximos”, y nosotros “saliendo de nuestro estado de confort y bienestar” rompamos “la burbuja de la comodidad” para ponernos “en los zapatos de los demás”. Y que nos preguntemos: “¿Qué necesita este Cristo que todos los días me lo encuentro en un transitado crucero sin ropas abrigadoras? ¿O Aquél que se encuentra prácticamente “en los huesos” por falta de una buena alimentación? ¿O ese Cristo que llora desconsoladamente a las puertas de un hospital público porque no tiene dinero suficiente para comprar la medicina de su esposa o quizá de su hijo pequeño?

Escribía San Juan de la Cruz que “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. A veces, algunas personas reaccionan de forma desconfiada cuando pretendemos ayudarlas, pero la razón es porque piensan que lo intentamos hacer con un afán lucrativo o que les vamos a pedir trabajo a cambio. Sin embargo, si nos adelantamos a explicarles nuestra intencionalidad, la gente reacciona noblemente. Esto lo tengo bien experimentado.

Recuerdo que hace unos años, un grupo de universitarios y yo fuimos a una zona depauperada del sur de la Ciudad de México. Allí dábamos catequesis a unos pequeños que nos había designado el Párroco de ese lugar. Y al terminar, visitábamos familias que tenían particulares necesidades. Me acuerdo que les regalábamos Rosarios, guiones para rezarlo, estampas de la Virgen de Guadalupe y, después, dulces, galletas y chocolates. Les hablábamos de Dios y de la necesidad de rezar el Rosario.

La señora era una abuelita rodeada como de diez nietos y me comentó que todos sus hijos (padres de estos nietos) se habían ido a trabajar a Estados Unidos y desde allá le mandaban dinero para subsistir económicamente.

Mientras la buena anciana, de cabellos blancos, tranquilamente se movía en su mecedora, un pequeñín -de unos cinco años- se escondía detrás de la abuela y, de vez en cuando, miraba por el costado derecho, luego por el izquierdo o por encima de sus hombros.

Hasta que quité el envoltorio a un gran pastel de chocolate y les dijimos que queríamos que ése fuera su regalo de Navidad. Yo pregunté a la chiquillería: -¿Les parece bien? –¡Síiii! -respondieron a coro los pequeños, abriendo sus grandes ojos negros con ilusión y alegría.

De pronto, el niño que se escondía detrás de la abuelita, salió rápidamente y corrió hacia a mí, me arrebató el pastel y se lo llevó a un escondite suyo. De inmediato, la abuelita le llamó la atención:

-¡Panchito, ya sé que te gusta mucho el chocolate, pero este pastel es para todos. Tráelo para acá!

Así que, por prudencia y para asegurarnos que todos comieran, tuvimos que partirlo y con calma entregar a cada uno sus grandes trozos de pastel en unos platitos de cartón, con tenedores de plástico y servilletas. En primer lugar a la abuelita y, a continuación, a cada uno de los pequeños.

Entonces Panchito, sintiéndose más en confianza, nos preguntó:

-¿Verdad que van a venir más seguido a traernos pasteles, dulces y chocolates?

-Claro que sí -respondió un joven universitario que estudiaba Medicina- porque además queremos instalar un dispensario médico por esta zona y que todos los niños crezcan sanos y bien alimentados.

Nos despedimos y sobra decir las manifestaciones de agradecimiento de la abuelita y la chiquillería.

-¡Vuelvan muy pronto! -escuchamos decir a la abuelita y a los niños al cerrar la puerta de su casa.

Otros estudiantes comentaron que esta visita les había impresionado y emocionado mucho y que constataban las enormes necesidades materiales y de formación humana y espiritual que tiene tanta gente en nuestro México.

-¿Por qué no hacemos un plan para venir por estos rumbos con más frecuencia, invitando a más amistades de nuestras carreras universitarias?

-Sí, es una buena idea, porque yo nunca había experimentado esa alegría de servir a los demás desinteresadamente y sin esperar recibir nada a cambio. Es una importante lección de vida que hay que saber comunicarla oportunamente a nuestros amigos.

Así que Navidad, según lo que nos pide el Papa Francisco, además de acercarnos al Niño-Dios, a Santa María y a San José, es salir en busca del “próximo” necesitado, abandonado, triste o solo. Basta con repasar mentalmente la lista de nuestros familiares y amigos y siempre caeremos en la cuenta de que un tío está enfermo, prácticamente solo y necesita urgentemente de nuestra compañía y palabras de esperanza.

¡Cuánta siembra de bien podremos hacer por los demás si seguimos los consejos del Santo Padre!

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