Hace unos días apareció un “viral” conmovedor en las redes: Una pareja de niños que en vísperas de Navidad rezan en medio de un templo quemado y desolado en Oriente Medio.
La elocuente imagen mostraba en su crudeza y sencillez cómo la fe es más fuerte que la violencia. El odio puede destruir los templos, pero no arrancar la fe de los corazones, los cuales, si son auténticamente cristianos, sabrán orar por sus mismos perseguidores, para que descubran su error y se conviertan.
La imagen, sin embargo, expresa fielmente lo dramática, y por ello mismo auténtica, que ha sido la Navidad en esas atormentadas zonas del planeta. Así lo decía Fouad Twal, Patriarca Latino de Jerusalén, describiendo cómo se vivió la fiesta en Gaza: “No se ve la grandeza del mundo y el poder efímero del mercado. Está sólo la pequeñez custodiada por el Señor. Un pequeño grupo de almas marcadas por circunstancias difíciles y dolorosas, que ponen su esperanza en Jesús. Y la imagen de la verdadera Navidad”.
Efectivamente, en Belén, lugar oriundo de Jesucristo, aunque hayan pasado ya los “Santos Inocentes”, muchos cristianos, particularmente niños, siguen bebiendo del cáliz de sufrimiento del Señor. En efecto, añadía el Patriarca: “Siempre nos ha conmovido leer en los Evangelios que María y José no encontraron sitio en la posada, y que el Niño Jesús nació en una cueva. Hoy en día, entre los millones de refugiados, hay muchos niños que desearían poder dormir en una cueva como aquella en la que nació el Salvador. Para ellos sería casi un lujo”.
Sin embargo, en medio de tanto dolor llevado con aún mayor dignidad por nuestros hermanos sufrientes, aparecen también signos de esperanza. Uno, particularmente valioso, lo constituye la decisión del Gobierno regional del Kurdistán de proclamar día festivo la Navidad. Nos puede parecer obvio, pero no lo es en un país islámico vecino del beligerante Estado Islámico. El motivo ha sido inequívocamente expresado por las autoridades iraquíes: “Para expresar legalmente la solidaridad pública de las instituciones y de toda la sociedad hacia los cristianos, en la Fiesta de la Natividad del Señor. Ese día, todos los empleados de las instituciones públicas de la provincia, incluidas las escuelas, observarán un día de descanso”.
Además, el portavoz oficial ha publicado en el sitio web del gobierno regional un mensaje de felicitación dirigido “a todos los hermanos cristianos de Kurdistán, de Iraq y de todo el mundo”. El mensaje resulta emocionante por venir de una autoridad musulmana, mostrando cómo se puede convivir en paz entre ambas religiones, y cómo valoran muchos de ellos la fecunda presencia cristiana en sus tierras, mostrando por contrapartida que el radicalismo ciego y el fundamentalismo no constituyen una característica común entre todos los musulmanes.
Por su parte, Thabit Mekko, sacerdote de Mosul prófugo en Kurdistán, comenta: “La decisión de las autoridades del Kurdistán iraquí testifica la atención y cercanía con nuestros sufrimientos. Los líderes políticos de Kurdistán repiten que harán todo lo posible para liberar los pueblos y aldeas de los que tuvimos que huir”.
En resumen, la violencia llevada al límite de la ceguera y de la crueldad no ha podido arrancar la fe a los cristianos, y está provocando una ola de solidaridad y simpatía por parte de multitud de musulmanes, que avergonzados por lo que hace una panda de salvajes, buscan mostrar su cercanía y solidaridad con los desprotegidos.
La fortaleza en la fe de estos testigos gigantes del Evangelio, que en su pobreza y debilidad nos muestran el Rostro sufriente de Cristo, nos sirve a quienes, quizá aletargados por la espiral de confort y comodidad de nuestra civilización, no valoramos ya suficientemente el tesoro que supone nuestra fe.
El testimonio de nuestros hermanos nos confirma en el valor inmenso de nuestras creencias, nos mueve a buscar el diálogo y la comprensión con nuestros hermanos islámicos, y a descubrir lo que tenemos en común con nuestros otros hermanos cristianos, que sin participar plenamente de la comunión católica, han derramado junto a nosotros su sangre por Cristo, y sufren las mismas vejaciones por su fidelidad a Él y a Su Palabra.
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