El mundo se estremece; orar ¿de verdad funciona?

Para la mayoría de la gente de buena voluntad cristiana, orar es parte de la vida, se pide por todo al Señor: un buen día, la salud, un trabajo, la unión familiar, la paz de los difuntos, y muchas cosas más.

Sí, sí creemos en el poder de la oración. La mayoría de las veces no vemos el efecto de rezar, pero confiamos en que el Señor responde como a Él le parece mejor para nosotros. Le podemos pedir que ganemos la lotería y no volver a tener problemas monetarios, pero en vez del gran premio, los problemas económicos se van resolviendo poco a poco. Sí, algo está pasando.

Cada vez que rezamos por el alma del recién fallecido, por ejemplo, lo hacemos con fervor y confianza, mucha confianza de que algo que no vemos está sucediendo, que el alma objeto de la oración alcanza la paz pedida. No tenemos que verlo, pero confiamos: “pedid y se os dará”.

Muchas veces, sin embargo, rezamos y pedimos algo que nos es importante, y al parecer no pasa nada. No entendemos cómo opera la “mente divina”, pero seguimos confiando. Queremos que el enfermo grave se alivie y sucede al revés: fallece de pronto. ¿Qué nos queda? Que el Señor le dio lo mejor para él, que ya era tiempo de pasar a la vida en el cielo prometido.

¿Dejamos por eso de creer en la oración? No, volveremos a rezar, por hábito, buen hábito, y por intenciones particulares. A veces pedimos cosas absurdas, por intrascendentes para nuestras almas, como que nuestro equipo deportivo gane un partido y el campeonato. Pero esas peticiones no son verdaderas oraciones, más bien buenos deseos involucrando a Dios en nuestro bando, cuando el bando contrario hace exactamente lo mismo.

Pero llevemos el asunto de orar a otros terrenos, más delicados y difíciles. Vayamos a los mundos de las guerras, las persecuciones, de los liderazgos enemigos de Dios, que provocan grandes daños, que por ejemplo defienden el aborto, ese asesinato de los más indefensos, y logran avances legales contra la vida.

Lo más grave son los daños a gran escala de genocidas, dictadores y militares despiadados, por ejemplo. Mucha gente muere violentamente, pierde sus bienes y sus hogares, sus derechos y vidas de sus seres cercanos. Ante mentes totalmente deshumanizadas, ¿podemos hacer nosotros algo orando?

Los enemigos de Dios, del cristianismo, que lo combaten ferozmente por todos los medios a su disposición, desde agrediendo a los creyentes, hasta consiguiendo la aprobación de leyes y disposiciones políticas que sacan a Dios de la vida diaria: de las escuelas, de las oficinas, de la vía pública y hasta de los propios hogares.

Todo aquello que sea religioso les enfurece y tratan de destruirlo. Entienden por educación laica una que sea atea y antirreligiosa; entienden por libertad de creer el “respeto” a las opiniones y acciones contra las religiones, especialmente la cristiana, mientras consideran lo cristiano como ofensivo a los no creyentes, ¡inaceptable!

Ante mentes tan cerradas, tan fanatizadas, tan llenas de odio, ¿puede algo nuestra oración? Sí, realmente sí. Por eso, de pronto vemos que inexplicablemente esas personas empiezan a ceder algo en sus acciones inhumanas y anticristianas. Amenazas de guerra inminente, de pronto se suavizan y se hacen acuerdos de paz. Algo pasa, y ese algo es la respuesta al “pedid y se os dará”.

Lo que realmente sucede, como respuesta a nuestras oraciones, es que el Señor mueve los corazones, aunque ellos ni se den cuenta de lo que los mueve a cambiar de actitud. No necesariamente vemos grandes conversiones de un enemigo de Dios a servidor de Dios, pero sí cambios de actitud y de acción.

Debemos creer firmemente que si en nuestros pequeños círculos pedimos cosas al Señor y de una manera u otra nos las concede, visible e invisiblemente, también la oración es efectiva para grandes problemas humanos fuera de nuestro alcance.

Si nos cruzamos con una persona hambrienta, podemos sacar un pan o una moneda para ayudarle; pero si hay una hambruna en un país lejano, que requiere millones de dólares, ayudamos orando al Señor, para que quienes tienen los medios económicos se conmuevan y ayuden a los necesitados. Los grandes desastres humanos, como los causados por terremotos y ciclones, mueven a la gente a ayudar, pero cuando oramos, más gente y sobre todo más gobiernos y organismos internacionales, más poderosos del dinero, todos aumentan la ayuda.

El secreto es estos casos, ajenos o no a nosotros, ante los que nada podemos hacer que cambie el rumbo de los acontecimientos, es que el Señor Dios mueve los corazones. Ese es, sí, el secreto de orar. Cuando esa oración se hace por cientos, por miles y hasta por millones de creyentes, el Señor mueve los corazones, aunque éstos ni siquiera se enteren el por qué cambian de opinión, y empiezan a actuar de otra manera.

La oración ha sido escuchada y el Señor actúa a su manera y el mundo ve cómo algunos de sus grandes problemas se reducen. Pedimos y nos es dado, en lo poco y en lo mucho. Ante los grandes actos de malicia, la oración funciona.

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