Recuerdo que, leyendo uno de los textos autobiográficos del Papa Francisco, relata suscintamente la historia de su vocación y entrega plena a Dios. Comenta que, cuando era joven, comenzó a sentir una especial inquietud espiritual, pero no sabía exactamente de qué se trataba. El hecho es que esa idea le rondaba periódicamente en su mente.
Un día, añade el Santo Padre, relata que pasó por una iglesia y sintió deseos de entrar. Se dio cuenta que había un sacerdote confesando y, mediante una gracia interna, le movió a acudir al Sacramento de la Reconciliación y confiesa que se quedó con una gran alegría y paz en su alma.
Después se quedó un rato orando en el templo y, de pronto, vio con claridad que Dios le pedía la generosidad de entregarse por completo a Él y, de inmediato, sin pensarlo dos veces –siguiendo el ejemplo de los primeros Apóstoles–, le dio su respuesta afirmativa al Señor.
A los pocos días fue a entrevistarse con un Padre Jesuita que conocía y –con sencillez y la espontaneidad que le caracteriza– le externó su inquietud espiritual y lo que le había ocurrido en la iglesia. El religioso le confirmó que, en efecto, podría tratarse de un llamado de Dios, pero le recomendó que lo meditara con serenidad y calma. Sin embargo, el joven Jorge Mario Bergoglio le respondió que ya lo había pensado detenidamente y estaba decidido a ingresar al noviciado de la Compañía de Jesús.
Con su sabiduría y larga experiencia, aquel Padre Jesuita le animó que lo comentara con sus padres. Comenta divertido, el ahora Romano Pontífice, que su papá le dijo que hiciera lo que viera más conveniente, porque ya era mayor de edad. En cambio, su madre – su “querida vieja”, como le llamaba cariñosamente a su mamá– de entrada no le gustó nada la noticia y se molestó bastante, porque le dijo que ella tenía la ilusión de tener muchos nietos. Y el ahora Papa narra que esa actitud le hizo gracia porque “su vieja” ya le tenía preparada “otra novela rosa” bastante distinta a los planes de Dios. Pero que, con el paso del tiempo, se sentiría santamente orgullosa de la vocación de su hijo.
¿Por qué relato este suceso? Porque el pasado 9 de enero, en su viaje apostólico por Manila, Filipinas, el Santo Padre quiso dirigirse particularmente a los jóvenes y hablarles de la virtud de la generosidad ante la posible llamada sobrenatural de Dios. Les decía con vehemencia y como quien lo tiene bien experimentado: “¡Déjate sorprender por Dios! No le tengas miedo a las sorpresas”. Y recordando la figura de San Francisco de Asís, les añadía, como dirigiéndose al corazón de cada uno y cada una en particular: “El verdadero amor te lleva a quemar la vida, aun a riesgo de quedarte con las manos vacías, pero con el corazón lleno”.
Y se extendía un poco más utilizando imágenes didácticas: “No, a esos ‘jóvenes de museo’ (es decir, que pretenden pasar por la vida como seres ‘intocables’; sin comprometerse y cayendo en posturas egoístas o conformistas), sino ‘jóvenes sabios’. Y para ser ‘sabios’ hay que usar los tres lenguajes: pensar bien, sentir bien y hacer el bien (particularmente a los más necesitados). Y para ser sabios hay que dejarse sorprender por el amor de Dios. ¡Anda y quema tu vida!”, concluyó con gran entusiasmo.
Es admirable contemplar que este Papa, a sus casi ochenta años, conserva la juventud de corazón y el enorme agradecimiento y cariño a esa especial llamada recibida de Dios. No cabe duda que el Papa Francisco es un hombre profundamente enamorado del Señor, con una alegría chispeante y contagiosa, que cautiva y ha hecho pensar a miles de jóvenes, de Filipinas y del mundo entero, en la posibilidad de seguir los pasos del Divino Maestro, Jesucristo.
@voxfides