En realidad se trata de un contrasentido: si es auténtica educación, no puede ser egoísta. Eso es así en línea de principios, pero somos hijos de nuestro tiempo; en consecuencia, educamos y formamos conforme a los esquemas en boga, y en este caso, nuestra cultura es fuertemente individualista, formando fácilmente personalidades egoístas.
Pero no es que los hijos sean los egoístas; en realidad, los niños aprenden lo que viven, y por ello, padres egoístas forman retoños igualmente egoístas.
Cuando el hijo se vuelve parte de mi plan existencial (en una parte, consistente quizá), de mi proyecto personal, en realidad estoy buscándome a mí mismo al engendrarlo. De hecho, se planifica y se busca que estorbe y entorpezca lo menos posible otros planes personales: trabajos, estudios, viajes, etc. Tristemente, con frecuencia, si se le ocurre venir en el momento inoportuno, o sin satisfacer el “control de calidad” de los padres, se elimina, como un producto defectuoso y desechable.
Este esquema en el que el hijo se vuelve uno de mis proyectos personales, equivalente a un negocio o a una inversión personal, permea toda su formación: el colegio en el que lo inscribo, las clases a las que asistirá, los idiomas, instrumentos y deportes que practicará. Buscaré en todo mi plena satisfacción a través de su rendimiento personal, de forma que cuando estas aspiraciones no sean satisfechas, podré tomármelo muy personalmente.
Así tenemos el caso frecuente de que los padres pueden recriminar, reclamar, armar un escándalo cuando el hijo no obtiene las notas esperadas en el colegio, no califica en el concurso de inglés o el entrenador lo deja en la banca del partido de futbol. Con cierta frecuencia vemos a papás que desencadenan una auténtica guerra contra el profesor o el entrenador, defendiendo al crío con garras y dientes, sin atender a otro tipo de razonamientos.
Ese mismo papá, que no la quiere pasar mal, que busca sencillamente disfrutar el fruto de sus entrañas, no querrá complicarse la vida. Preferirá la mano blanda, la condescendencia, el permisivismo y el consentimiento, antes que saber poner un freno, usar la mano dura con moderación en el tiempo oportuno. “No quiero dramas”, se dicen, y en verdad es más fácil ceder, pero muchas veces eso termina por echar a perder, por dejar al crío a la deriva de su propio capricho, de su ausencia de criterio, a la veleidad de su antojo.
Con frecuencia, esto se tolera hasta la adolescencia; y es quizá ahí cuando papá descubre, consternado, que su hermoso retoño es quizá “un monstruo”, o en realidad alguien que lo busca a él sólo para pedirle dinero, permiso o prestado el coche, pero nada más.
En ocasiones, ante algún acontecimiento que se sale de lo habitual: un fracaso escolar, una conducta delictiva o un embarazo indeseado, quieren reaccionar, pero muchas veces es ya demasiado tarde, pues las personas se forman en gran medida durante los primerísimos años de su existencia, y en la secundaria o preparatoria sencillamente se cosecha lo que se sembró.
Obviamente no pretendo ser determinista o negar que las personas puedan cambiar o mejorar. Todo lo contrario. Sencillamente busco dejar por sentado algo que es de sobra sabido: las personas tienen unos periodos sensitivos en la infancia y una maleabilidad de la que carecen después. Es como los idiomas: siempre se pueden aprender, pero es mucho más sencillo cuando lo aprenden de niños.
El niño así formado, que en realidad ha sido un proyecto personal del papá, y al que han sido satisfechos sistemáticamente sus caprichos; el niño que siempre ha visto prevalecer sus planes o proyectos, e incluso ha sido testigo de cómo sus papás pelean con maestros u otros padres de familia por su causa, obviamente se sentirá el centro de universo, y considerará que cualquier pretensión debe sacrificarse si choca con sus planes, realización o proyecto personal. Es decir, se ha formado el perfecto egoísta, fruto maduro del egoísmo de sus padres; y si ellos algún día le estorban, lo más probable es que los abandone en el asilo.
A veces resulta difícil vivir en una sociedad así; vale la pena entonces formar en la generosidad, la entrega, el don gratuito de sí, y el valor del sacrificio.
@voxfides