1) Para saber
En su mensaje de Cuaresma, el Papa Francisco invita a reflexionar sobre la frase del apóstol Santiago: “Fortalezcan sus corazones” (St 5.8).
La fortaleza es necesaria para ser misericordioso. A veces parece que el misericordioso es débil, pero no es así. Por ejemplo, se necesita fuerza para perdonar venciendo el propio odio y rencor. En cambio, es muy fácil dejarse llevar por el orgullo o el resentimiento.
Por ello, el Papa nos invita a pedir a Cristo en esta Cuaresma: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (“Fac cor nostrum secundum Cor tuum”), que es una de las súplicas de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús. De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, cerrado al tentador, que no se deja encerrar en sí mismo, ni cae en la globalización de la indiferencia.
Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
2) Para pensar
Hace pocos meses fue beatificado Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei. Quienes lo conocieron coinciden en admirar su gran corazón.
Un testigo, Manuel Pérez, relata que de joven acompañaba a Álvaro a barrios muy pobres para prestar alguna ayuda. En una ocasión se encontraron en una casa muy pobre a cuatro niños pequeños solos y sin saber qué hacer, pues a sus padres los habían encarcelado. Estaban con hambre y mucho frío. El beato Álvaro y él los llevaron a la policía, pero no se los aceptaron, y entonces decidieron llevarlos a un asilo; y comenta Manuel: “Tengo grabada en la memoria la imagen de Álvaro, con uno de aquellos pobres niños entre los brazos, por las calles de Madrid, dirigiéndose al asilo”.
Años después el mismo Álvaro comentaría: “Siempre aprendía de ellos: personas que no tenían para comer y yo no veía más que alegría. Para mí eran una lección tremenda”.
3) Para vivir
El Papa Francisco nos previene contra la tentación de la indiferencia. En ocasiones, ante las noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?, se pregunta el Papa.
Y responde: En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
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