El 13 de marzo de 2013, durante el segundo día del cónclave que elegiría al sucesor de Benedicto XVI, salió humo blanco de la chimenea de la Capilla Sixtina, manifestando que las votaciones habían terminado y que en breve se haría el anuncio de la persona del nuevo Papa.
Por la logia central de la Basílica de San Pedro, tras el “Habemus Papam”, emergió una figura sonriente, con anteojos y que en un santiamén puso en oración a una multitud congregada en la plaza y millones de personas mediante todo tipo de medios de comunicación, y recordó una verdad quizás poco tenida en cuenta: en el cónclave se busca un Obispos para Roma, y lo encontraron casi en el fin del mundo, en Buenos Aires, Argentina.
Desde ese momento, se mostró como una persona auténtica y se pudo observar un rasgo que nunca olvida señalar: pide que recen por él. Al día siguiente, en una Misa con los cardenales, el Sacerdote Jesuita dirigió una homilía donde subrayó la Cruz, que muchas veces olvidamos. Esta Misa fue trasmitida por los medios, hoy no parece raro poder ver imágenes de la celebración matutina o leer la homilía diaria del Santo Padre, mensajes que no pueden dejar indiferente a nadie.
El inicio solemne de su pontificado es el 19 de marzo, día de San José, y en su homilía, trata de la importancia de custodiar incluso a la creación y saludó a su antecesor (Joseph Ratzinger) por ser ese día su “santo”.
El cardenal que viajaba en transporte público por la capital bonaerense, es muy devoto de la Madre de Dios y la quiere con ternura en su advocación de la Virgen de Guadalupe; lleva consigo su sencillez, vive en Casa Santa Marta en un cuarto de 30 m2, y no en el apartamento papal, y oficia la Misa diaria en la capilla de ese lugar, tal cual lo haría un párroco. Parece, de hecho, el párroco del mundo. Habla de forma clara, no sólo de los grandes temas, sino de la vida cotidiana, como evitar las divisiones y los chismes.
Su primer viaje fuera de Italia fue cerca de su elección y justamente a su Continente, a la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, en la cual infunde en los jóvenes lo que les es propio: pide que “hagan lío” y que “no balconeen la vida”, que se comprometan por grandes ideales. Ha viajado, además, a Tierra Santa, a Corea del Sur, a Albania, al Parlamento Europeo y al Consejo de Europa; a Turquía, así como a Sri Lanka y Filipinas. En este último se registró la mayor asistencia a evento alguno: siete millones de personas en la Misa final de la visita.
Francisco se preocupa por los pobres, visita a quienes se encuentran privados de su libertad, así como de los migrantes; de hecho, visitó la isla de Lampedusa, lugar donde muchos migrantes provenientes de África tocan suelo europeo. Desgraciadamente hay tragedias relacionadas con naufragios y muerte de muchos seres humanos en esos trayectos. El Obispo de Roma se ocupa de su Diócesis: ha visitado varias parroquias romanas y ha convivido con sus fieles.
En medio de tantos conflictos en el plano internacional y ante una guerra de diferentes naciones en territorio sirio, el Papa convocó a una Jornada de Ayuno y Oración por la Paz en Siria. Dios conjuró el conflicto que se avecinaba con nefastas consecuencias. Ha sido muy activo y valiente en denunciar la persecución de los cristianos en Medio Oriente y de reconocer que se les asesina por ser cristianos y por eso subraya el “ecumenismo de la sangre”. En esa misma línea de unidad, en su viaje a Turquía pidió la bendición de patriarca Bartolomé I y se reunió con refugiados que han llegado a ese país, atendidos en buena media por Salesianos.
Presidió un hecho histórico: la reunión de “cuatro papas”, la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, que contó con la asistencia del Papa emérito Benedicto XVI, el 27 de abril de 2014. Escribió la encíclica Lumen Fidei “a cuatro manos”, ya que su antecesor tenía un buen avance de su contenido, y también se publicó la exhortación apostólica Evangelii gaudium, sobre la evangelización en el mundo actual, en la que es fiel a su estilo y donde se pueden encontrar varios de los temas que más ha destacado en su pontificado y señala actitudes que detienen a muchos cristianos, como el pesimismo o cuidar la apariencia.
Su mensaje de amor, misericordia y sinceridad, que es el de Cristo, es muy necesario en el mundo actual, pero también es importante que ese mensaje no quede en la superficie, sino que penetre en el corazón de cada hombre.
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