Llama poderosamente la atención ver la ambigüedad con la que el presidente de Estados Unidos se refiere a las tragedias provocadas por el extremismo islámico. Sistemáticamente elude cualquier tipo de referencia a las causas reales de los dolorosos y constantes atentados de lesa humanidad, auténticos genocidios que se perpetran en medio de una dolorosa impunidad que conduce a pensar en una especie de complicidad culpable del mundo occidental.
Por ejemplo, en su mensaje de condolencia a Kenia por el lamentable atentado en la Universidad de Garissa, Obama evita cualquier referencia al causante del mal. Es decir, podría pensarse que está dolido porque un meteorito cayó causando la muerte de 148 estudiantes, o porque murieron 148 estudiantes víctimas del ébola, o en un accidente ferroviario, etc. Nada dice sobre la causa, el motivo, sobre quién lo realizó. Un curioso, por no decir cobarde silencio, que hace pensar en un cierto miedo a llamar las cosas por su nombre, o en un horroroso “political correcness” que bloquea el acceso a la realidad, cometido esencial del lenguaje.
Aparejado al miedo en llamar a las cosas por su nombre, es decir, expresar claramente que estos atentados son obra del terrorismo fundamentalista islámico, va unida la tibieza y la lentitud en la actuación. Todos nos lamentamos, damos condolencias, expresamos indignación, pero pocas cosas se hacen.
En efecto, en la ONU se habla de consternación y grave preocupación por la situación, pero no se toman medidas urgentes, como lo reclama la triste realidad. Algunas medidas pedidas expresamente por los mismos Estados víctimas del terrorismo, como es el caso de Nigeria, que ha solicitado ayuda militar para combatir al Boko Haram, guerrilla fundamentalista islámica que ha cobrado decenas de miles de muertes.
Es verdad que “algo” se ha hecho, pero se trata de una intervención tan tibia que da la impresión de ser en realidad una bomba de humo, una especie de recurso para cauterizar la conciencia y cuidar las formas políticas, pero que en realidad no manifiesta un deseo sincero de resolver el problema y de atender a las urgentes y dramáticas necesidades, que no admiten demora alguna disculpable, pues está sufriendo una población indefensa e injustamente vejada.
La pasividad es mayormente culpable dado que la triste situación que ahora se vive en Siria e Irak ha sido en gran medida causada por la última Guerra del Golfo, donde Estados Unidos y Gran Bretaña unilateralmente intervinieron, mintiendo a la opinión pública, para derrocar a Sadam Husein. Es decir, lo que ahora cosechamos es también en gran medida fruto de la desastrosa política exterior americana, y el presidente americano voltea a otro lado. Casualmente está muy preocupado por defender los “derechos humanos” del colectivo LGBT –ha nombrado un delegado encargado de fomentarlos en el mundo–, y poco preocupado por las dolorosas tragedias que sufren minorías, no sólo cristianas, en África y Oriente Medio.
Mucho se ha especulado sobre los curiosos “silencios” de Obama en materia religiosa. De hecho, su única mención a la religión ha sido desafortunada, pues se refirió a que no teníamos que extrañarnos de nada, pues los cristianos a lo largo de la historia también habíamos usado de la violencia en nombre de Dios, mientras subrayaba que el Islam es una religión de paz. Es decir, sólo habla para “echar tierra sobre el propio tejado”, ignorando que eso se dio ya hace siglos y muy probablemente nada tiene que ver con los salvajismos que ahora contemplamos.
¿Cuál es el motivo? ¿Miedo a enemistarse en bloque con el mundo islámico? Es dudoso, pues muchas autoridades islámicas han rechazado la violencia causada por el ISIS. De hecho, es fundamental conseguir que el mundo musulmán condene globalmente esta conducta, para que ningún auténtico seguidor de Alá pueda pensar que la violencia salvaje, irracional e inhumana es una buena forma de servirlo.
¿Quizá se deba a evitar dar la impresión de una nueva “guerra de religión”, una “cruzada” más?, o sencillamente a que no le interesa embarcarse en esta empresa, de la cual poco provecho podría sacar para la hegemonía mundial americana, y a que, efectivamente, le parece “políticamente incorrecto” defender a personas que sufren persecución por causa de su fe en un mundo profundamente secularizado.
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