Regina Coeli 12 de abril 2015

Invita el Papa a contemplar la misericordia en llagas de Jesús

Luego de la celebración de la Divina Misericordia, el Papa Francisco habló del Evangelio, en el que Jesús aparece ante los discípulos y está presente Santo Tomás, quien no satisfecho busca tener una experiencia personal. Francisco explicó que al contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta sus propias heridas, sus propias laceraciones, la propia humillación.

Papa Francisco.- “Al contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta sus propias heridas, sus propias llagas, su propia humillación: en el signo de los clavos encuentra la prueba decisiva de que es amado, entendido, esperado”.

También dijo que lo mismo que a Santo Tomás nos pasa a muchos de nosotros. Por ello, somos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la oscuridad del mal y el pecado.

Papa Francisco.- “Y como Tomás, todos nosotros: en este segundo Domingo de Pascua estamos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina Misericordia, que supera todos los límites humanos y resplandece sobre la oscuridad del mal y del pecado”.

Después de rezar el Regina Coeli, el Papa saludó a todos los fieles peregrinos provenientes de diversas partes de Italia y del mundo. Por último, dirigió un cordial saludo a los fieles de las Iglesias de Oriente, que celebraron el domingo la Santa Pascua.

Papa Francisco.- “Dirijo un cordial saludo a los fieles de las Iglesias de Oriente que, según su calendario, celebran hoy la Santa Pascua. Me uno a su alegría en el anuncio de Cristo Resucitado: ¡Christós anésti!”

 

Texto completo: 

¡Queridos hermanos y hermanas ¡buen día!

Hoy es el octavo día después de la Pascua, y el Evangelio de Juan documenta las dos apariciones de Jesús Resucitado a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo: la de la tarde de Pascua, donde Tomás no estaba, y la de ocho días después, con Tomás presente. La primera vez, el Señor mostró las heridas de su cuerpo a los discípulos, hizo el signo de soplar sobre ellos y dijo: “Como el Padre me ha mandado, así os mando yo” (Jn 20,21). Les transmite así su misión, con la fuerza del Espíritu Santo.

Pero esa tarde Tomás no estaba, y no quiso creer en el testimonio de los demás. “Si no veo y toco sus llagas, dijo, no lo creo” (cfr. Jn 20,25). Ocho días después, es decir un día como hoy, Jesús vuelve a presentarse en medio a los suyos y se dirige directamente a Tomás, invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado. Va hacia su incredulidad, porque a través de los signos de su pasión, pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual.

Tomás es uno que no se contenta y trata, pretende verificar personalmente, llevar a cabo su propia experiencia personal. Después de las resistencias iniciales e inquietudes, hasta que llega él también a la fe, aunque con dificultad. Jesús lo espera con paciencia y se ofrece a las dificultades y a las inseguridades del último en llegar.

El Señor proclama “beatos” a los que creen sin ver (cfr. V.29) y la primera de estos es María, su Madres, pero aún así, va hacia la exigencia del discípulo incrédulo: “mete aquí tu dedo y mira mis manos…” (v.27).

Con el contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta sus propias heridas, sus propias llagas, su propia humillación: en el signo de los clavos encuentra la prueba decisiva de que es amado, entendido, esperado.

Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era lo que el Señor buscaba en las profundidades secretas de su propio ser, porque siempre había sabido que era así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente transformado, declara su fe plena y total en Él, exclamando: “¡Señor mío y Dios mío!”

Él ha podido “tocar” el Misterio pascual que manifiesta plenamente el amor salvífico de Dios, rico de misericordia (cfr. Ef, 2,4).

Y como Tomás, todos nosotros: en este segundo Domingo de Pascua estamos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina Misericordia, que supera todos los límites humanos y resplandece en sobre la oscuridad del mal y del pecado.

Un tiempo intenso y largo para acoger las inmensas riquezas del amor misericordioso de Dios será el próximo Jubileo Extraordinario de la Misericordia, cuya Bula promulgué ayer por la tarde en la Basílica de San Pedro: “Misericordiae Vultus”: El Rostro de la Misericordia es Jesucristo. Dirijamos nuestra mirada hacia Él. Y la Virgen Madre nos ayude a ser misericordiosos con los demás como Jesús es con nosotros.

 

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Dirijo un cordial saludo a los fieles de Roma y a los venidos de las distintas partes del mundo.

Saludo a los peregrinos de la diócesis de Metuchen (Estados Unidos de América), las Siervas del Niño Jesús provenientes de Croacia, las Hijas de la Divina Caridad, los grupos parroquiales de Forli y Gravina di Puglia, y a todos los niños y jóvenes presente, en especial a los almunos de la escuela “Hijas de Jesús” de Módena, los del “Liceo Verga” de Adriano y los confirmandos de Palestrina. Saludo a los peregrinos que han participado en la Santa Misa, presidida por el Cardenal Vicario de Roma en la iglesia del Santo Espíritu de Sassia, centro de devoción a la Divina Misericordia.

Saludo a las comunidades neocatecumenales de Roma, que comienzan hoy una especial misión en las plazas de la ciudad para rezar y dar testimonio de la fe.

Dirijo un cordial saludo a los fieles de las Iglesias de Oriente que, según su calendario, celebran hoy la Santa Pascua. Me uno a su alegría en el anuncio de Cristo Resucitado: ¡Christós anésti!

En las pasadas semanas me han llegado de todas las partes del mundo los mensajes de felicitación pascuales. Con gratitud se los devuelvo a todos. Deseo agradecer de corazón a los niños, a los ancianos, a las familias, las diócesis, las comunidades parroquiales y religiosas, los entes y diversas asociaciones que han querido mostrarme afecto y cercanía. ¡Continuad rezando por mí!

A todos vosotros os deseo un buen Domingo, buena comida y ¡hasta pronto!

 

 

 


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