Dios, como nuestro Creador y Redentor, es el único a quién adoramos, y a su Santísima Madre, la siempre Virgen María, la amamos y veneramos, por lo que el saber que Dios nos ha concedido una Madre celestial es causa de una grandísima alegría para toda la humanidad.
En este mes de Mayo que inicia, dedicado a las madres, a quienes tanto amor se les tiene, nunca tendrán comparación con lo que significa la Madre de Dios, para lo cual basta leer cuidadosamente lo que nos dejó escrito sobre su bendita persona, San Juan Pablo II:
Te alabamos, Hija predilecta del Padre, ¡tú eres la llena de gracia!
Te bendecimos, Madre del Verbo divino, ¡tú eres la llena de gracia!
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo, ¡tú eres la llena de gracia!
Te invocamos, Madre y Modelo de toda la Iglesia, ¡tú eres la llena de gracia!
Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad, ¡tú eres la llena de gracia!
A las siguientes alabanzas se responde:
Porque creíste en la Palabra del Señor, ¡bendita seas María Santísima!
Porque esperaste en sus promesas, ¡bendita seas María Santísima!
Porque fuiste perfecta en el amor, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu caridad presurosa con Isabel, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu bondad materna en Belén, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu fortaleza en la persecución, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu vida sencilla en Nazaret, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu intercesión en Caná, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu presencia maternal junto a la cruz, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu fidelidad en espera de la Resurrección, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu oración asidua en Pentecostés, ¡bendita seas María Santísima!
Por la gloria de tu Asunción a los cielos, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu maternal protección sobre la Iglesia, ¡bendita seas María Santísima!
Por tu constante intercesión por toda la humanidad, ¡bendita seas María Santísima!
La Virgen María, como lo escribió en su bellísimo libro San Alfonso María de Ligorio, titulado “Las glorias de María”, goza precisamente de las glorias de Dios, pues es su Santísima Madre y Madre de la humanidad, por lo que debemos –si queremos ser dignos de acercarnos a Dios y verdaderamente amarle y adorarle a ÉL sobre todas las cosas– imitarla también a ella, modelo de las virtudes de pureza, humildad y obediencia, tres condiciones indispensables para ser dignos de acercarnos a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
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