Hoy tuve la dicha de comer con mis queridos papás. Es una de esas alegrías que uno siempre quiere tener, aunque en ocasiones se dificulten. En la plática de hoy, como de costumbre, los temas se fueron tan lejos como el frío y el Cruz Azul.
Hubo algo en lo que coincidimos y dialogamos bastante: los líderes de hoy y aquellos que tienen compromisos públicos, dígase desde un político hasta un sacerdote, pasando por comunicadores y quien uno quiera poner en la lista.
Claro que es un dolor ver cómo se encausa el mundo contemporáneo. Claro que es muy sencillo echarle la culpa a dichos líderes para que resuelvan todo, como si tuvieran una “varita mágica”. Claro que en ocasiones la incompetencia puede resultar supina. Pero antes de todos esos claros, hay algo que es muy importante: todos son hijos, con el debido respeto, de su padre y de su madre. Todos, todos los líderes son hijos de familia, todos son hijos de nuestro tiempo y nuestra sociedad, y por ende, llegarán a ejercer sus cargos y responsabilidades con la educación de casa.
No quiero, ni quisimos en la reunión, quitarles su responsabilidad, tan sólo ubicar su lugar.
Cuando uno es educado desde su infancia a respetar, ser veraz, amable, servicial, etc., será más fácil que de grande, al asumir cualquier responsabilidad, esas virtudes afloren. Pero cuando ello no estuvo, es muy difícil que posteriormente puedan surgir. ¿A quién deberíamos de pasar a la banca? ¿A ellos o sus padres? Claro que sólo a ellos. Pero, ¿no se cansan en las escuelas de comprometer a sus padres en la educación de sus hijos? ¿No hay una verdadera desgana en participar en esas reuniones de padres de familia? ¿No sería necesario apuntalar esa alegría de ser papá y comprometerse radicalmente en la formación de los hijos? ¿No sería bueno cuidar las esclavizantes jornadas laborales que dañan directamente el tiempo de convivencia familiar necesario para la formación de los hijos?
No todo lo soluciona tener unos grandes padres que estén dispuestos a dar la vida por los hijos; aun teniéndolos, todo puede salir –para ejemplo su servidor–. Pero no hay duda que tenerlos de esa manera es una gran catapulta para ciudadanos realmente honestos y comprometidos, listos para ser ejemplares cuando a su tiempo tengan la dicha de servir a la nación en algún puesto público.
¡Cuánta razón tiene el papa Francisco en hablar una y otra vez sobre la necesidad de apuntalar la raíz familiar en toda sociedad! A buenas familias, buenos líderes, y con ellos un buen curso de toda nación…
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