Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tú le acecharás el talón. (Gen. 3; 15).
Cuando la Creación del mundo parecía terminar trágicamente, los hombres habían roto con Dios y entre ellos se lanzaban culpas, la naturaleza se había vuelto amenazante y el Malo había ganado un papel de dominio sobre los hombres; cuando ya nada sería igual, el hombre avergonzado se escondía y no acertaba a pedir perdón; cuando las tareas de los hombres iban a comenzar a ser fatigosas y muchas veces infructíferas; cuando pensábamos que Dios nos volteaba el rostro para siempre, Él nos anuncia una gran esperanza.
El que había pecado y sido infiel era el hombre, no Dios. Dios no dejó de ser quien es, el Santo, el Fiel. Dios no se pensaba retirar aceptando su pérdida. ¡No, Dios no pierde! Si nos daba una cualidad sagrada semejante a la suya, la libertad, es porque puede sacar un bien de todo mal que escojamos.
En ese momento terrible, Dios castigando a la serpiente instigadora, nos abre la puerta de su ternura y su fidelidad. Promete que habrá una mujer de cuyo linaje vendrá un enemigo invencible, que le aplastará.
¡Una mujer! Una mujer a la que la serpiente venció, ahora iba a ser otra mujer la que le venciera en virtud de su Hijo. Dios le declara la guerra a la serpiente y deja ver que siempre esta serpiente tratará de resistirse y atacar, pero poco podrá hacer. En esta Mujer se restituye el lugar y la dignidad que Dios quiere que la mujer, que toda mujer tenga. Es un sí a favor otra vez de la mujer.
¿En qué radica la grandeza de esta mujer? Está claro que esta mujer tiene un linaje, una descendencia especial. Esta es Mujer-Madre, ya se podía sospechar que tendría al menos un Hijo que va a ser grande, pero ya se habla de un papel importante de todos los que son de su linaje.
Nuestros “hermanos separados”, mejor conocidos en nuestro país como “cristianos”, ven con claridad la importancia del Hijo de esta mujer, pero les cuesta entender que el triunfo del Hijo de esta Mujer se logra por su gloriosa maternidad. Cristo vence y salva, pero si la mujer no jugara un papel clave, no habría necesidad de hacer mención de esta Madre, sino solamente del Hijo. Dios decide salvar con la cooperación del ser humano, en particular lo deja en manos de una mujer.
La batalla y triunfo que dicha Mujer conquistaría no sería sola, como también se ve en el relato. Se ve que el linaje, esto es, su descendencia, sería clave en su triunfo. Aquí nosotros jugamos un papel muy valioso como sus hijos.
Como nosotros ya conocemos el final de la historia, podemos saber que María Santísima es aquella Mujer que colabora como nadie con el llamado de Dios al decir que sí, al aceptar un sí total de esclava. Ella, sin proponérselo, dará un golpe mortal a la serpiente antigua. Ella sólo piensa en servir a Dios en totalidad, asumiendo su pequeñez, y así se hace grande para Dios. Ella no se pone a cuestionar los planes de Dios, como Zacarías y como todos nosotros, ella simplemente dice sí, hágase, y lo sostiene, por su pureza de corazón, a lo largo de su vida terrena y ahora celestial.
Ese Hijo que engendraría por acción del Espíritu Santo sería llamado Hijo de Dios y sería llamado Emmanuel, que quiere decir “Dios con Nosotros”. Un Hijo de origen divino, que baja a habitar con nosotros.
¿María era simplemente una muchachita buena y pura? No. María parecía como cualquier otra, entre nosotros los hombres. Sin embargo, el ángel Gabriel la llamará “Llena de Gracia”. Le dirá: “No temas, has hallado gracia delante de Dios”. Tal vez para nosotros estas palabras ya nos son muy familiares y no apreciamos su grandeza, pero en ese momento hasta María se preguntaba extrañada qué significaba ese saludo. Ella nunca había oído, ni nadie en Israel, que Dios llamara a algún hombre (por muy bueno que fuera o que su misión fuera muy grande) “lleno de gracia”. Es más, todos los personajes bíblicos se reconocían pecadores, tenían miedo de ver a Dios cara a cara, porque por su impureza no se sostendrían de pie y serían aniquilados.
Ya podemos ver que si queremos iniciar un recorrido en el que nuestra querida madre María tome ese lugar tan especial anunciado por Dios desde el inicio, no puede ser vista con los ojos de los hombres simplemente. La tenemos que ver con los ojos de Dios por boca del Ángel, esto es, “llena de gracia”.
La Biblia comienza la historia de la Salvación anunciando a esta prometedora Mujer y termina en su último libro, el Apocalipsis, hablando del papel incuestionable de esta misma Mujer. La llama: “Mujer vestida de sol con una luna bajo sus pies” (Ap. 12; 1). Cuando la batalla final toma su peor momento, esta mujer aparece esplendorosa, y tiene un primer Hijo que es arrebatado al Cielo, pero tiene más y el dragón trata de devorarlos y ella huye al desierto hasta el momento adecuado.
Esta Mujer que hoy llamamos María Madre de Dios es bajo la cual vencemos. Sin ella, nuestros esfuerzos son vanos, pues ella es el camino que Dios escogió para traernos al Salvador, y los dones de Dios son irrevocables. Así que ella sigue siendo la “La Escalera del Cielo”.
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