La defensa del ser humano ya concebido, pero todavía no nacido, es un problema que va más allá de la religión. El dilema se plantea entre el triunfo del subjetivismo o de la realidad objetiva.
La realidad objetiva consiste en que estamos ante un ser humano que, si bien no ha adquirido todavía su pleno desarrollo, ya está en camino de alcanzarlo.
La posición subjetiva se centra en los motivos que, desconociendo esta realidad, considera justificable el aborto.
Recientemente, Fernando Savater (“Política para Amador”), decía: Si el embrión o el feto son algo valioso porque va a dar lugar a un ser humano, la discusión es posible y puede continuar de modo ponderado. Pero si se dice que el aborto es el asesinato de un niño, ya no queda más que ponerse a dar gritos coléricos. Resulta evidente que un embrión o un feto no son un niño. Me parece tan extravagante como asegurar que uno acaba de comerse una tortilla de dos pollos.
Es verdad que el preámbulo de la convención de la ONU sobre los Derechos de los Niños (1989) dice que “los niños, a causa de su inmadurez, necesitan cuidados especiales y una especial tutela, también jurídica, tanto antes como después del nacimiento”, y con esto está llamando NIÑO al feto. Pero el hecho es que se está asesinando a un niño que mañana será el mismo como adulto y como anciano. Se está eliminando a una persona que pasará por esas etapas, porque el ser humano es el mismo, no cambia su identidad al crecer, su código genético es igual. Hay una continuidad total entre esa primera célula y el adulto, no hacen falta causas externas que actúen sobre sus ser, basta la alimentación y el desarrollo normal, sin saltos. El catolicismo nos enseña, además, que ese ser es un hijo de Dios, y lo es desde el primer momento de la concepción.
Para un católico que piense con la antropología propia de la visión cristiana, es absolutamente imposible defender el aborto, tanto más cuanto que los Papas y el Magisterio de la Iglesia se han pronunciado constantemente en contra, y es, por tanto, claro que ésta es la Doctrina de la Iglesia.
Hay que volver a leer la Encíclica Evangelium Vitae, de San Juan Pablo II, que abordó a fondo este tema en los números 58 a 61. El papa afirmaba que “entre los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como crímenes nefandos”. Efectivamente, el aborto es “la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento”.
El aborto, desde el punto de vista moral, presenta una especial gravedad porque se trata de un homicidio en el que se elimina a un ser humano que empieza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún en agresor injusto¡ Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno.
La Encíclica también afirma sin ambages que el embrión es un ser humano desde el primer momento de su concepción. En concreto, Juan Pablo II dice que “desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido entonces. A esta evidencia de siempre, la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar. Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencial personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona?
La Iglesia siempre ha defendido que: “LA VIDA HUMANA ES SAGRADA E INVIOLABLE EN CADA MOMENTO DE SU EXISTENCIA, TAMBIÉN EN EL INICIAL QUE PRECEDE AL NACIMIENTO”, como señala el Sumo Pontífice en la Encíclica citada. Además, dice: “EL SER HUMANO DEBE SER RESPETADO Y TRATADO COMO PERSONA DESDE EL INSTANTE DE SU CONCEPCIÓN Y, POR ESO, A PARTIR DE ESE MISMO MOMENTO SE LE DEBEN RECONOCER LOS DERECHOS DE LA PERSONA, PRINCIPALMENTE EL DERECHO INVIOLABLE DE TODO SER HUMANO INOCENTE A LA VIDA”.
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