La alegría de ser el Cuerpo místico de Cristo

Una de las más elocuentes imágenes con que la Biblia nos describe a la Iglesia, es aquella en la que se le compara con un cuerpo. Fue san Pablo quien recibió esta inspiración cuando quiso ayudar a la comunidad de Corinto a superar sus fragmentaciones internas. Ésta ha sido para mí una valiosa guía para comprender mi papel en la Iglesia y ayudar a otros a comprender el suyo. Es cuestión de carismas: se trata de reconocer cuál se nos ha dado, abrazarlo y ponerlo al servicio de los hermanos. (Cf. 1 Co 12–14).

Por ejemplo, cuando me preguntan si a mí me agrada que la Iglesia sólo ordene a los varones, o si a mí me gustaría ser sacerdote, pienso en dos cosas: primero, me gusta ser mujer y acojo con alegría lo que la Iglesia concede a las mujeres; segundo, no necesito ser sacerdote para servir gozosamente, pues lo hago siendo religiosa misionera. Admiro mucho el sacerdocio ministerial, pero amo mi vocación. Pienso en la santísima Virgen María. Muy seguramente, ella no tuvo la menor envidia o disgusto porque el Señor no la eligió para ser apóstol y, sin embargo, en el canon de los santos, ella los precede…

Quienes no pertenecemos al clero, no somos más ni menos que los ministros ordenados, sólo somos diferentes, tenemos papeles diferentes, pero todos debemos apoyarnos. La mano no es el ojo, ni el ojo no es el pie, pero ambos contribuyen al buen funcionamiento del cuerpo. Si comprendemos esto, y comprendemos que Dios quiere la unidad en la diversidad, estoy segura que podremos ser personas más realizadas y formar una comunidad más alegre cada día.

La unidad en la Iglesia no se alcanza suprimiendo carismas ni uniformando a todos los fieles. La justicia y la paz se besan. Si en la Iglesia no se valorara cada carisma del Espíritu, no sería la Iglesia de Dios. En cambio, donde hay ayuda y respeto mutuo, ahí está Dios. Ahí podemos lograr cosas que nos benefician a todos.

Esa bella experiencia la podemos vivir cuando sumamos fuerzas para llevar adelante actividades que comprometen a toda una comunidad eclesial y que, por lo mismo, benefician a todos. Pensemos, por ejemplo, lo hermoso que es gozar los frutos de unirse para llevar adelante un retiro parroquial de Cuaresma o de Adviento, o una jornada de Adoración Eucarística como preparación a la Navidad.

Para llevar adelante este tipo de obras es fundamental la apertura de los dirigentes a promover proyectos que acerquen a todos. Y muy especialmente, es importante la influencia de quienes trabajan más directamente con los niños y adolescentes, ya que pueden encaminarlos desde ese momento de la vida a la vivencia de la eclesialidad. A ellos les recuerdo lo que dice la antífona del común de los doctores de la Iglesia: «los que enseñan la justicia a las multitudes brillarán como antorchas en la eternidad».

Así, apoyándonos mutuamente, cada trabajo, por humilde que sea, hace posible la unidad y contribuye a alcanzar el gozo de ser el Cuerpo Místico de Cristo.

 

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