La encíclica del Papa Francisco puede ser entendida como una gran provocación para la Iglesia y el mundo. Nos invita a profundizar el diálogo sobre un problema cierto, en el cual cada persona está involucrada objetivamente al margen de sus convicciones ideológicas. No trata de una hipótesis, sino de un asunto ante el cual nadie puede quedar indiferente.
1.- En su Exhortación Apostólica sobre el Gozo del Evangelio, Francisco trazaba las líneas maestras de la acción misionera a la cual cada católico está llamado. Ahora, nos urge para que en la misión integremos los distintos aspectos de la crisis de relación con la naturaleza, como expresión de nuestra crisis de humanidad. Nos provoca, pues, a ser gestores de un gran diálogo sobre la insuficiencia de nuestro modelo civilizatorio.
2.- El texto pontificio no puede entenderse considerando solo una de sus partes. No es un manifiesto ecologista, en el cual se juzga cualquier intervención humana como un acto de insolencia contra la naturaleza. Tampoco le hace el caldo gordo a quienes consideran que el calentamiento global es un asunto de lucha ideológica entre “progresistas” y “conservadores”, acomodable según agendas de coyuntura política, exentándonos de responsabilidad ante lo que sucede. Ni pretende ser un tratado científico-técnico, menos económico, sobre los particulares del desastre ecológico, con el objetivo de entregar las recetas definitivas y asépticas al problema, algo así como un manual para salir del hoyo sin llenarse las manos de tierra.
3.- Estamos ante un documento doctrinario articulado por la Teología de la creación, esto es, la bondad original que informa cuánto ha sido creado y los problemas que nuestra condición humana tiene para entablar una relación armónica con la tierra en su lógica de bondad, verdad y belleza. Así, Francisco endereza muy dura crítica a la falsa teología del progreso, pues hace del ser humano el amo del mundo justificando el abuso utilitario de la naturaleza.
En contraste, rescata la más auténtica raíz judeocristiana para comprender que la razón de ser de nuestra presencia en estos lares se asocia a la invitación de Dios para ser custodios y participantes de su obra. La creación, pues, entendida no simplemente como el mundo natural, sino como relación armónica de crecimiento, amor, verdad y justicia entre la naturaleza; Dios y nuestra humanidad a lo largo de la historia.
4- En consecuencia, endereza una crítica sin anestesia al paradigma tecnológico, según el cual la humanidad y la creación deben someterse a las decisiones de la técnica, haciendo del tecnócrata un mandamás capaz de actuar sin límites éticos en la consecución del progreso. Un paradigma que es, por donde se le mire, la teología del progreso secularizada y radicalizada. No se trata de renunciar a la ciencia y la técnica, sino ponerla al servicio de la humanidad en armonía con Dios y su creación.
5.- En la mejor tradición de la teología católica, Francisco entabla un diálogo entre las razones de la razón y las razones de la fe. Con la inquietud de quien se sabe custodio del huerto y no dueño del rancho, aprovecha la evidencia científica y la vasta experiencia pastoral de la Iglesia para desarrollar un alegato serenamente apasionado a favor de Dios, la creación y la humanidad, hasta proponer una ecología integral como camino a ser transitado con humildad. Una provocación incómoda por su capacidad para sacudir el árbol de nuestra indulgente indiferencia.
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