En efecto, varios vaticanistas y corresponsales empezaron a enfatizar las diferencias de personalidad entre los Papas Wojtyla y Ratzinger, como si estas diferencias fuera a producir una ruptura entre un pontificado y otro.
Algunos periodistas se enfocaron en la especulación de si ahora Benedicto XVI podría ser un Pontífice tan mediático y popular como su antecesor. Seguramente, esas conjeturas se basaban en los prejuicios de siempre: “Ratzinger es un hombre de carácter frío, de personalidad dura”.
En realidad, estos vaticanistas conocían poco al recién electo Pontífice, y no comprendían que era una persona más bien discreta, a la que no le gustaban los reflectores. Y tampoco sabían de la capacidad de Joseph Ratzinger para adaptarse a su nueva misión. El biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel, afirma que ocurrió una transformación en moseñor Ratzinger, cuando comenzó a ser Benedicto XVI:
“Lo que quizá fue más sorprendente en la primera aparición pública del papa Benedicto XVI fue su aspecto radiante. En una palabra, parecía brillar. A pesar de la carga que supone el Papado, éste era un hombre que acababa de ser liberado para poder ser él mismo, después de haber subordinado su personalidad durante más de dos décadas al trabajo que otro le había encomendado. Era una persona que evidentemente no tenía miedo.” (La elección de Dios, p. 167).
Lo que aquellos periodistas no consideraron fue que el nuevo Pontífice tenía todos los elementos para ser la continuidad perfecta de Juan Pablo II, ya que por haber sido un estrecho colaborador del Papa polaco, y haber desempeñado importantes cargos en la Curia romana durante más de dos décadas, conocía a la perfección el funcionamiento de la Iglesia.
Además, la continuidad del papado no es sólo un asunto administrativo, sino ante todo es una cuestión de una profunda vida espiritual. Joseph Ratzinger estaba en la misma sintonía espiritual, mística, de Juan Pablo II.
Peter Seewald, amigo del entonces Cardenal, no dudó en afirmar que “es un santo, sabe cómo funciona la iglesia y cómo debe gobernarla. No tengo la menor duda de que nos encontramos ante un pontificado extraordinario” (cfr. Benedicto XVI, pp. 212-213). Y el teólogo Pablo Blanco explica que sólo era cuestión de tiempo para que esa “personalidad maravillosa” fuera conocida por todos pues, una vez conocida, “la gente lo querrá” (cfr. El Papa alemán, p. 330).
El secretario personal de Benedicto XVI cuenta una anécdota que ilustra perfectamente la continuidad entre la personalidad carismática de Juan Pablo II y el estilo académico del actual Pontífice: “Alguien muy familiar con los vaivenes de Roma decía durante el viaje del Papa a Baviera el año pasado [2006], que “Juan Pablo II abrió los corazones de la gente. Benedicto XVI los llena”.
Hay mucha verdad en eso. El Papa llega a los corazones de la gente, les habla pero no les habla de sí mismo, el habla de Jesucristo, de Dios y eso de una forma descriptiva, entendible y convincente. Eso es lo que la gente está buscando. Benedicto XVI les da alimento espiritual” (Cfr. Entrevista de Peter Seewald a Mons. Georg Gänswein, julio 2007).
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