1) Para saber
Además de recordar las contribuciones de los anteriores Papas en temas ecológicos, el Papa Francisco en su Encíclica menciona unas reflexiones que ha tenido el Patriarca Ecuménico Bartolomé, Arzobispo de Constantinopla. Aunque la Iglesia Ortodoxa está separada de la Iglesia Católica, el Papa manifiesta su esperanza de llegar a una unidad plena.
Al Patriarca Bartolomé se le conoce como el “Patriarca verde” debido a su preocupación por la naturaleza, pues como afirma él mismo: es un crimen destruir la diversidad biológica en la creación divina, contaminar las aguas, el suelo, el aire; es un crimen contra la naturaleza, es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios.
La solución, dice el Patriarca, estará no sólo en el ámbito técnico, sino en un cambio de actitud en el ser humano. Propone pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia: el desprendimiento de las cosas nos hará libres.
2) Para pensar
Saber respetar la naturaleza, las cosas, y estar desprendida de ellas, es lo que hará que se pase de una avidez por tener cada vez más, a la generosidad para desprendernos de nuestras posesiones y poder compartir con los demás. Es preciso buscar el bien de las criaturas -en primer lugar, de las demás personas-, en vez de buscar el propio interés.
Juan Taulero, dominico del siglo XIV, fue una figura prominente en la historia de la espiritualidad cristiana. Destacó como predicador y como director de almas. Sus escritos han influido en numerosos místicos posteriores a él.
Se cuenta que Taulero le pedía a Dios un director espiritual. Y en una ocasión oyó la voz de Dios que le hacía entender la conveniencia de acudir a cierto templo, porque allí, a la puerta misma del edificio, encontraría al maestro espiritual que tanto necesitaba.
Fue al templo, y a la entrada no veía a nadie, sólo un mendigo cubierto de harapos. Entonces comprendió que aquel hombre precisamente sería su maestro. Se puso a dialogar con él, y enseguida advirtió Juan que el mendigo se movía a gran altura en cuestiones de vida espiritual y de unión con Dios. Sorprendido gratamente, acabó por formularle esta pregunta: “¿En dónde encontraste a Dios?” El mendigo le respondió: “En donde dejé las criaturas”.
3) Para vivir
Esa fue la gran lección del mendigo: las criaturas no nos deben alejar de Dios, y cuando es preciso hay que dejarlas. Las cosas nos han de llevar a Dios. El mundo salido de las manos de Dios es bueno, y hay que amarlo pero ordenadamente, sin apegamientos, sin que nos quiten el señorío y la libertad, pues nos impedirían ver al Dios que está detrás de ellas.
Como dice San Josemaría en su libro de espiritualidad Forja: «Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un “hilillo sutil”, que le impide volar a Dios» (486).
Revisemos en nuestra vida esos “hilillos” que nos dificultan seguir al Señor y pidámosle la fuerza para cortarlos.
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