Esos pequeños enemigos de la humanidad

Si alguna vez vinieran seres de otro mundo y observaran nuestra cultura, entre sus cuadernos de notas encontraríamos una referencia clara: ciertas élites intelectuales parecen considerar a los cachorros humanos enemigos de la humanidad, aunque sea un contrasentido.

En efecto. La mentalidad antinatalista ha convertido a los niños en enemigos del bienestar y la libertad, entendidos como el cumplimiento del deseo individual, eso que suelen llamar autorrealización, como si la plenitud personal pudiera alcanzarse en oposición a la responsabilidad y el compromiso con los demás.

Se ha apoderado de nuestra cultura la idea de que los niños son molestos y tienen la culpa de la falta de desarrollo y oportunidades. En consecuencia, sólo hay dos caminos: eliminarlos o prevenir su aparición como se hace con cualquier ser nocivo.

Pensemos un momento en las campañas de propaganda del Consejo Nacional de Población (Conapo). Desde hace mucho tiempo se enfocan en hacer equivalente la presencia de los hijos con el malestar de la Familia y, últimamente, se han enfocado en los jóvenes de ambos sexos, principalmente mujeres. Ha cambiado el destinatario, pero no el mensaje. Quien quiera progresar en la vida debe combatir sin cuartel la presencia de los niños.

También es de llamar la atención la existencia de hoteles pet-friendly, donde se puede vacacionar con las mascotas, pero está prohibida la entrada a los niños. ¿Se imagina el amable lector qué sucedería si un establecimiento, el que fuera, rechazara con bombo y platillo la presencia de indios, negros, homosexuales o mujeres? El escándalo estaría garantizado y los problemas judiciales también. Sin embargo, como la prohibición es contra los infantes se considera lógico y conveniente.

Pensemos, también, en este fenómeno tan de nuestra moda como es la “mascotización” de la vida cotidiana.

La vida, se dice, consiste en satisfacer necesidades expresadas en sentimientos y deseos. Una mascota es, entonces, el ideal de relación. Me complace en mis deseos, me deshago de ella cuando no la quiero y la recupero cuando mis sentimientos lo indican, es decir, cuando me hace falta. Incluso, se arman interesantes campañas para “adoptar” animales en donde éstos se presentan como si fuesen humanos. Cuidar a nuestros amigos peludos es un acto de humanidad; pero confundirles con personas conduce a la reducción de nuestros semejantes a mascotas. Cuando esto sucede, entonces, el prójimo, una vez complacidos los deseos de Narciso debe guardar silencio o desaparecer. De niños mejor ni hablar, siempre estorban.

El asunto es que un niño jamás será una mascota. Las personas se adoptan, los animales se adquieren; pero la mentalidad antinatalista ha invertido los términos.

La confusión no hace que nuestra relación con otras personas mejoren, sino que produce su cosificación al exigir de ellas lo mismo que de un animal de compañía. Sólo quien se comporte como mascota será digno de atención, algo que los niños jamás estarán dispuestos a hacer, a menos que se les someta a maltrato “políticamente correcto”.

Lo opuesto a la mentalidad antinatalista es la cultura de la adopción, es decir, de bienvenida a nuestros semejantes para generar comunidad dentro de nuestra explosiva pluralidad, sean amigos, padres, hermanos, esposa, empezando por los infantes, “esos locos bajitos” como les llama Serrat, sin los cuales -es cosa bien sabida- la continuidad de nuestra especie sería imposible.

Que nadie se llame a engaño.

Los niños no son la causa de los problemas de la humanidad. Ellos son la solución.

 

 

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