Las ideologías han sido siempre malas consejeras y por eso les tengo tirria. Nada bueno surge de ellas. Tienen la nariz de cera, son desechables al gusto del consumidor y terminan por sepultar a las personas bajo toneladas de palabras.
Ejemplos sobran. El Comunismo utilizó a los obreros para ponerlos al servicio de las burocracias partidistas y los indios fueron usados por los corifeos del indigenismo posrevolucionario en México con el mismo fin. Así sucede hoy con la ideología de género, tan de moda.
Son atractivas porque parten de situaciones ciertas; pero al olvidarse del ser humano de carne y hueso se pervierten. La persona se disuelve en la idea. Sin duda, los obreros necesitaban cambiar su situación material, los indios reconstituir su vida comunitaria ligada a la tierra, como hoy los homosexuales necesitan que la sociedad les brinde oportunidades y batalla sin cuartel contra la discriminación. La instrumentación de las personas sólo se aprecia con el paso de los años. Las burocracias que usan esas justas demandas en su beneficio, siempre terminan por desechar a sus “defendidos”.
Así sucede con la Familia en nuestros días. Los políticos, sean legisladores, jueces o gobernantes, echando mano de la ideología de género, vociferan con ampliar la definición de la Familia para, según dicen, hacer que sus beneficios alcancen a más sectores sociales. Eso es tan cierto como afirmar que por ampliar la definición de calor, entonces el sol calentará más; cuando en realidad lo que pretenden es rentar las sombras porque los declarantes son dueños de todas las palapas.
Los beneficios de la Familia no se realizan por ampliar el significado de la palabra hasta vaciarla de sentido, sino por su acción protectora hacia todos sus miembros, sin distinción. Entonces, lo razonable sería legislar, gobernar y administrar justicia con miras al fortalecimiento de la Familia, no para redefinirla.
El Papa Francisco ha logrado colocar en el centro del debate internacional la problemática familiar, porque la Familia está en el centro de la vida de las personas. Mucho hay que agradecerle. En una memorable homilía pronunciada en su viaje a Ecuador nos recordó, contra la “colonización ideológica”, cómo la Familia es, siempre, el hospital más cercano, la primera escuela, la primera Iglesia, donde aprendemos a pedir permiso, a decir gracias, a dominar nuestra agresividad, a pedir perdón, a valorar a las personas por lo que son. Es el grupo de referencia más importante de los jóvenes, el mejor resguardo de los ancianos, el más grande apoyo cotidiano, el lugar donde “los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano” porque nadie es descartado, ni resulta inútil. La Familia es la gran “riqueza social” que otras instituciones nunca podrían sustituir y – agregamos- ninguna ideología oscurecer, ni burocracia alguna cambiar.
La realidad supera a las ideologías. La historia ha dado muestra de ello en abundancia. No ha existido sociedad que se haya sostenido sin una estructura familiar fuerte y los procesos de decadencia están indefectiblemente asociados a su resquebrajamiento. La Familia existía antes de que los ideólogos del género habitaran estos valles y, cuando se marchen, permanecerá para levantar el tiradero que están dejando a su paso.
Sólo cuando dejamos de creer en las ideologías, empezamos a creer en las personas. Es entonces que se abren oportunidades reales para un auténtico progreso.
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