Francisco, la misericordia y el aborto

El Papa publicó una carta en preparación del Año de la Misericordia -el cual empezará el 8 de diciembre-, fiesta de la Inmaculada Concepción. Sus dichos causaron revuelo en algunos medios seculares por supuestas afirmaciones sobre el aborto, pero sobre todo enorme alegría entre los católicos.

Contra la interpretación de algunos medios que, evidentemente, no se tomaron la molestia de leer la muy breve carta, Francisco no dijo nada nuevo. El Papa confirmó, con su acostumbrada asertividad y calidez, la razón de ser de la Iglesia y su propuesta cultural para el mundo: La misericordia de Dios.

Misericordia no es permisividad, sino el abrazo amoroso de Dios a los pecadores, a quienes llama, sin excepción, a la conversión. Es la demostración de que el pecado no tiene la última palabra, ni es una realidad que nos aprisione de manera definitiva. La única certeza es que el abrazo de Cristo nos permite nacer a una nueva vida en la caridad. Por lo mismo, Francisco ha señalado como el gran protagonista del Año Jubilar al Sacramento de la reconciliación que es, al mismo tiempo, respuesta y puerta al amor infinito de Dios.

La carta está centrada en las indulgencias a ser ganadas por cuantos sigan el Año Jubilar. Las indulgencias, atributo exclusivo del Papa cual sucesor de San Pedro, se pueden entender como la expresión del amor de Dios a los seres humanos a través de la Iglesia, la cual le da forma canónica para indicar acciones que nos permitan acceder a este amor. Francisco, en esta lógica, ha puesto especial atención en los enfermos, discapacitados, ancianos y presos; pero también en los difuntos con quienes nos unen lazos de caridad “en el gran misterio de la comunión de los santos”, aspecto fundamental del credo de la Iglesia. Es necesario rezar por ellos para que, libres de todo “residuo de culpa”, puedan gozar de la “bienaventuranza que no tiene fin”. Es decir, pasar del purgatorio a la presencia de Dios.

Por lo que respecta al aborto, causa de confusión entre algunos medios occidentales, Francisco sólo confirmó lo que la Iglesia ha sostenido desde sus primeros tiempos: Se trata de un pecado gravísimo que clama al cielo por misericordia. Tan grave es, que hoy ha modificado la relación de nuestra cultura con la vida, hasta provocar la “pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva” persona. Un pecado que no sólo provoca la muerte de un inocente, sino que lastima seriamente a las mujeres, causando en ellas una profunda herida.

Puesto que la Iglesia es el gran hospital de los pecadores en proceso de rehabilitación, entonces, durante el Año Jubilar, Francisco otorgará a todos los sacerdotes del mundo “la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y, arrepentidos de corazón, piden por ello perdón”, algo que durante la Cuaresma suele hacerse a nivel diocesano por ser, también, un tiempo de misericordia. Además, pide a los confesores prepararse sabiamente para orientar y saber indicar “un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia”.

Una vez más, Francisco parece revolucionario cuando lo revolucionario en la Iglesia es el escándalo de la misericordia nacida de la cruz y la resurrección de Jesús. ¡Más ortodoxo, imposible!

 

 

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