La Iglesia, en Cuba, está en la calle. El viaje apostólico de Francisco lo confirma en estos momentos. Comprendo que esta expresión podría causar bocas torcidas entre católicos, como alegría entre detractores. Pero ambos estarían en un error. Debemos, pues, explicarnos.
Durante las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI quedó claro que, para la Iglesia, la isla tiene que ver con la gran geopolítica hemisférica. Sin embargo, tiene que ver más con las calles.
El pueblo cubano es maravilloso, nadie lo pone en duda; como tampoco, que se encuentra en medio de una profunda crisis. Su mayor problema no es económico, ni la política es su más grande reto. Incluso, en estos menesteres, se puede apreciar un futuro promisorio. Nadie los dejará tirados.
La gran crisis es de sentido, en la vida y en la historia. Este pueblo apostó a una dirigencia y a un proyecto finalmente fracasados. La transición a algo diferente ya está en marcha y nadie lo podrá detener. Lo que no está claro es hacia dónde se dirigen.
Los cubanos, ¿se deslizarán al vacío de sentido en una cultura individualista, narcisista, consumista, abocada al cumplimiento del deseo como equívoca forma de libertad? ¿Serán fácil presa del gran mercado, cuyos líderes ya se relamen los bigotes con el botín que pretenden cobrar en la conquista de Cuba? O, por el contrario, los cubanos buscarán rescatar lo mejor de sí mismos, de su hermosa cultura, para proponer una sociedad solidaria con sus semejantes, la naturaleza y con Dios.
El cubano es un pueblo profundamente religioso, no necesariamente católico, en el cual las semillas del verbo están muy presentes porque el cristianismo les marcó de manera definitiva en su formación. ¿Acaso podría convertirse en líder de una revolución cultural en la solidaridad para el siglo XXI? Si somos sinceros, a esto creyeron apostar en la segunda mitad del siglo XX; pero fueron defraudados porque el proyecto era un engaño bien orquestado. No obstante, la semilla sigue presente. Dicho en palabras católicas, Cuba puede ser el centro continental de la batalla que ya vivimos entre la cultura del descarte y la indiferencia, frente a la cultura de la inclusión, la solidaridad y la misericordia.
Este dilema lo entendió la Iglesia mucho antes de que alguien soñara con el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Los católicos están divididos y de tiempo atrás realizan una labor humilde de evangelización, no de proselitismo. Si alguien ha sido solidario con los cubanos, desde la caída del muro de Berlín, ha sido la Iglesia. La visita de Francisco dará impulso decisivo a esta dinámica. Cada católico debe ser discípulo y misionero para hacer presente en esa cultura al Señor de la Misericordia. La Iglesia está saliendo a la calle y en la calle debe permanecer.
Lo más difícil de comprender del Evangelio es su sencillez. El proyecto de la Iglesia para Cuba, Francisco lo expresó poco antes de emprender su aventura. Sus palabras me recuerdan la labor de los Apóstoles: “Quisiera trasmitirles un mensaje muy sencillo […] Jesús los quiere muchísimo, Jesús los quiere en serio. Él los lleva siempre en el corazón. Él sabe mejor que nadie lo que cada uno necesita, lo que anhela, cuál es su deseo más profundo, cómo es nuestro corazón; y él no nos abandona nunca; y cuando no nos portamos como él espera, siempre se queda al lado, dispuesto a acogernos, a confortarnos, a darnos una nueva esperanza, una nueva oportunidad, una nueva vida. Él nunca se va, él está siempre ahí”. Si al lector le recuerdan las palabras de la Virgen a Juan Diego en el Nican Mopohua, no es coincidencia.
En cuanto al método de proceder como evangelizadores, también lo dejó muy claro: “Quiero estar entre ustedes como Misionero de la Misericordia, de la ternura de Dios; pero permítanme que les anime también a que ustedes sean misioneros de ese amor infinito de Dios. Que a nadie le falte el testimonio de nuestra fe, de nuestro amor. Que todo el mundo sepa que Dios siempre perdona, que Dios siempre está al lado nuestro, que Dios nos quiere”.
Tan sencillo. La Iglesia, una vez más, está dispuesta a hacerse una con los cubanos. Sospecho que será acompañada por muchos hombres y mujeres de buena voluntad que habitan esas tierras. ¡Alea jacta est!
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