El Papa Francisco, el 23 de septiembre, después de la bienvenida oficial y la visita de cortesía al Presidente Obama, se dirigió a la Catedral de San Mateo para sostener un Encuentro con los Obispos de Estados Unidos, por la tarde canonizaría al Beato Fray Junípero Serra, misionero franciscano.
Al llegar a la Catedral, hizo un momento de oración frente al Sagrario, acto seguido comenzó el evento. La Catedral de Washington D.C. se encontraba completamente llena, desde hacía ya tiempo aguardando al Santo Padre. En su mensaje el Papa en primer lugar felicitó a judíos por celebrarse ese día el Yom Kippur, deseó “que el Señor los bendiga con la paz y les haga seguir adelante por la vía de la santidad”.
El Papa les dijo a sus interlocutores los Obispos que su “corazón se dilata para incluir a todos”; por lo tanto, que “nadie se sienta excluido del abrazo del Papa”. Subrayó que el nombre del Papa no se repita por la fuerza de la costumbre, sino que sienta su compañía, que en cada mano que se extienda para manifestar la caridad sepan que “el Papa los acompaña y el Papa los ayuda, pone él también su mano –vieja y arrugada, pero gracias a Dios, capaz todavía de apoyar y ayudar– junto a las suyas”.
Su Santidad agradece todos los esfuerzos que realiza la Iglesia en EU en diversos campos como el educativo o la promoción de la familia, objetivo principal de su visita; reconoce la valentía con la que enfrentaron los momentos más oscuros, así como el empeño que han puesto para recobrar la credibilidad de Ministros de Cristo y todo lo que han hecho para que esos crímenes “no se repitan nunca más”.
Viendo sus rostros y leyendo sus nombres “no me siento forastero entre ustedes”, aclaró a sus hermanos en el Episcopado que: “No he venido para juzgarles o para impartir lecciones. Confío plenamente en la voz de Aquel que <<enseña todas las cosas>>”, agregó que nuestra alegría, como obispos, es ser pastores, “nada más que ser pastores” y que su esencia se busca en la oración, la predicación y el apacentar.
No en cualquier oración, sino en la que es familiar con Cristo, una predicación no de “doctrinas complejas sino del anuncio gozoso de Cristo, muerto y resucitado por nosotros”. El Santo Padre tampoco omitió recalcar que no debe faltar el valor de confesar que es necesario buscar “el alimento que perdura para la vida eterna”. Por otro lado, mencionó que no han de apacentarse a sí mismos y así es importante alejarse de la tentación del narcisismo que ciega la vista del pastor.
Ante los problemas no hay que paralizarse y el método es el diálogo, aunque tampoco se deben silenciar verdades, como lo que ocurre con la vida del no nacido, o las víctimas de la guerra y el terrorismo. Y les hizo dos recomendaciones: primera, la paternidad episcopal, cercanía con los presbíteros para que sean una expresión de la maternidad de la Iglesia; y la segunda, los migrantes, “acójanlos sin miedo”.
Más tarde, el Santo Padre celebró en el Santuario de la Inmaculada Concepción la ceremonia de canonización del Beato Fray Junípero Serra, misionero franciscano, evangelizador y civilizador de la Alta California, hoy estado de California en Estados Unidos.
En este Santuario Nacional ya había celebrado el Papa Benedicto XVI, y la disposición de la música ejecutada en la liturgia fue muy hermosa, tendiente a la perfección, y los miembros del coro se encontraban ataviados con togas de color azul. Por otro lado, la primera lectura fue en una lengua nativa y la homilía se pronunció en español.
La Homilía giró en torno a la alegría, un llamado que hace San Pablo mediante su carta a los Filipenses, estar siempre alegres en el Señor, y el Papa aprovecha para subrayar que la alegría proviene de una invitación, de la invitación de ir y anunciar, y el cristiano renueva esa alegría con el vayan y unjan.
Recalcó que: “La misión no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual bien estructurado y planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción misericordiosa de Dios”.
El pueblo de Dios, dice el Papa, “no teme al error, teme al encierro; a la cristalización en élites, al aferrase a sus propias seguridades”. Y señaló que: “somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse…”.
Fray Junípero, “supo vivir lo que es hoy la Iglesia en salida” y además protegió la dignidad de aquella comunidad nativa de quienes habían abusado de ella. Vivió como su lema “siempre adelante”, que sepamos vivir como él “siempre adelante”.
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