Durante el reciente Encuentro Mundial de las Familias verificado en Filadelfia, Francisco pronunció dos diferentes discursos sobre la Familia. Si bien el tono de las alocuciones fue distinto, el mensaje no era divergente, sino complementario. Dependiendo del auditorio el Papa incidía más en algunos puntos, o cambiaba el tono. Es lógico que sea así, pero resulta interesante analizar los diversos énfasis que pone en cada uno de ellos, pues subraya las líneas de fuerza de su mensaje, que siendo convergente, tiene acentos particulares según sea el destinatario.
Los dos públicos son las familias, principales destinatarias del mensaje (en efecto, en el encuentro ellas eran las protagonistas) y por otro lado los pastores, principales responsables de que ese mensaje alcance el corazón de las familias y sea realmente eficaz. De ambos depende que el mensaje no quede en una palabrería hermosa pero hueca o muerta, sino que se encarne en acciones y actitudes pastorales concretas.
Hay, sin embargo, un preámbulo no dicho en ambos discursos. Un posible contenido que causaba gran expectación, y que Francisco, elegante y hábilmente eludió. Al igual que Benedicto XVI años atrás en Valencia, en el mismo contexto de un Encuentro Mundial de las Familias, Francisco llega a un país que acaba de legalizar el “matrimonio homosexual”. Benedicto tampoco trató del asunto en sus alocuciones, y fue preguntado expresamente por ello. El Papa en aquella ocasión precisó que es mejor presentar el mensaje positivo y hermoso de la Familia ofrecido por el cristianismo, en vez de entrar en estériles e innecesarias polémicas.
Análogamente Francisco llega a un país que acaba de legalizar el mismo tipo de unión, y nuevamente no entra en la polémica: La problemática real de la Familia contemporánea es muchísimo más rica de lo que pueda suponer esta situación marginal.
Sin embargo, Francisco sí ofreció una hermenéutica para integrar esta realidad en el conjunto del mensaje católico a las familias contemporáneas. En efecto, en su discurso a los obispos, entró -sin mencionarlo- en el tema, señalando el modo de afrontarlo: “Hasta hace poco, vivíamos en un contexto social donde la afinidad entre la institución civil y el sacramento cristiano era fuerte y compartida, coincidían sustancialmente y se sostenían mutuamente. Ya no es así”. Es decir, Francisco invita a partir sobriamente de la realidad como está, no como nos gustaría que fuese, y a ese Hombre, a ese Mundo, a esa Familia anunciarle el mensaje del Evangelio, la atractiva propuesta de Jesús sobre la Familia.
Agudamente señala los obstáculos que en la cultura actual dificultan la formación de un hogar: “La dinámica de no ligarse a nada ni a nadie. No fiar ni fiarse”. Esa huida del compromiso que dificulta el acceder al matrimonio, o la mentalidad de “consumo” que invade a las relaciones, y que está fuertemente ligada a un agudo individualismo, conduciendo a nuestros semejantes a situaciones de profunda soledad que intentan paliar con redes sociales. Pero es ahí donde se debe predicar el Evangelio de la Familia: “Como pastores, los obispos estamos llamados a aunar fuerzas y relanzar el entusiasmo para que se formen familias (…). Tenemos que emplear nuestras energías, no tanto en explicar una y otra vez los defectos de la época actual y los méritos del cristianismo, sino en invitar con franqueza a los jóvenes a que sean audaces y elijan el matrimonio y la familia”.
Por otra parte, su mensaje a las familias es más sencillo y claro, casi diríamos fácil, pero en realidad no lo es, aunque resulte cotidiano. Hay en su homilía unas palabras que nos invitan a todos a realizar un sencillo examen de conciencia, con el deseo de mejorar en una dimensión existencial que es básica, para nosotros singularmente, cada una de nuestras familias en particular y la sociedad en general: “Les dejo como pregunta para que cada uno responda (…): En mi casa, ¿se grita o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor”.
El Papa en la promoción de la Familia no quiere recluir su mensaje al ámbito católico, invita por el contrario a crear una amplia sinergia universal: “Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer al mal (…), encontrará nuestra gratitud y nuestra estima, no importando el pueblo, la región o la religión a la que pertenezca”.
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