En un discurso “muy dulce y tierno”, como las madres de familia, niños y jóvenes lo calificaron, el máximo jerarca de la Iglesia católica provocó las lágrimas de miles de asistentes que abarrotaron la Plaza de la Paz, en donde hizo marcada referencia sobre la importancia de la alegría.
“Estoy contento de poderlos encontrar y ver sus rostros alegres llenando esta bella plaza”, dijo tras agradecer la presencia festiva y el regocijo que expresaron los pequeños a través de sus cantos.
“Dios quiere que seamos siempre felices”, expresó Benedicto XVI con una permanente sonrisa en su rostro, al dejar en claro a los niños de México la razón de su visita: “He venido para que sientan mi afecto. Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo”.
Entre cantos, lágrimas, porras y canciones, el Papa continuó con el mensaje: “mis pequeños amigos, no están solos”, y de ustedes “podemos aprender que no hay edad para amar y servir”.
Situado en uno de los balcones de la Casa del Conde Rul, en donde cuatro niños que lo acompañaban soltaron media docena de palomas, el Papa confesó: “Quisiera quedarme más tiempo con ustedes, pero ya debo irme”.
Al final de su mensaje aseguró que “seguiremos juntos” y pidió a todos los asistentes que “recen por mí, que yo rezaré por ustedes”. Luego bendijo a los niños presentes, y acarició y besó a varios bebés que estaban en primera fila en los brazos de sus madres.
Por otra parte Luis Fernando Valdés, sacerdote de la prelatura del Opus Dei, capellán del IPADE Business School e investigador de la vida del Papa, relató que Joseph Alois Ratzinger nació el 16 de abril de 1927, y que ese año coincidía con el Sábado Santo en la región de Baviera, Alemania.
“Vio la luz en Marktl am Inn, un pueblo delimitado por los ríos Eno y Salzach, así como por los Alpes; la localidad fue fundada en 1422 cuando el duque Enrique VII otorgó los derechos de celebrar mercados con el nombre Marktl (mercadito), y más tarde se le dio el privilegio de llevar un escudo y construir iglesias y un puente sobre el Río Inn”.
De acuerdo con el doctor en Teología por la Universidad de Navarra, Benedicto XVI se crió en una zona fervientemente católica, evangelizada por los santos Ruperto, Corbiniano y Bonifacio.
De ahí que Baviera también suele ser conocida como la “terra benedicta” (tierra bendita), y ello posiblemente sea un motivo por el cual Joseph Ratzinger elegió el nombre de Benedicto al ser elegido Papa.
La familia Ratzinger estuvo conformada por Joseph Ratzinger y su esposa María Rieger, refirió Luis Fernando Valdés.
El señor Ratzinger era afín a la corriente política bávaro-austriaca, como solían serlo muchos católicos de esa zona. Además tenía la música por pasatiempo, pues tocaba la cítara. Quizá este sea un antecedente de la gran afición del Papa Benedicto XVI a la música.
De este matrimonio nació en 1921 María Theogona y en 1924 Georg, quien sería sacerdote y tendría una gran afición por la música; de hecho se graduó en 1964 como músico eclesial y compositor, y asumió el cargo de director del Coro de la Catedral de Ratisbona, hasta 1994. En 1927 nació Joseph Alois.
De adolescente “le tocó sufrir los excesos de los nazis y las carencias de un país destrozado por el conflicto bélico y por la derrota sufrida. En 1943 Alemania necesitaba más reclutas y empezaron a ser alistados los menores de edad”, cuenta Valdés.
A sus 16 años, Joseph ya estaba en edad suficiente para pertenecer a las Juventudes Hitlerianas, que no era otra cosa que el servicio militar.
En 1944, Joseph terminó su servicio militar en las bases antiaéreas alemanas, pero al volver a casa le avisaron que debía presentarse en el “servicio laboral del Reich”.
En esta etapa los jefes militares eran viejos afiliados al partido nazi, crueles, violentos y que buscaban intimidar a los jóvenes soldados para reclutarlos en la “SS”, la sanguinaria estructura paramilitar del Tercer Reich.
En junio de 1945 el soldado Ratzinger volvió a su casa, pero esta alegría duró poco tiempo, pues el ejército norteamericano ya había tomado Alemania y en Traunstein las tropas aliadas arrestaron a los reclutas bávaros.
De esta experiencia como prisionero de guerra, Joseph recuerda que la ración de alimento era un cucharón de sopa y un trozo de pan diario. Finalmente fue liberado cerca de Munich.
Despejados los prejuicios sobre el pasado nazi, “vemos el temple del pontífice: estudioso, valiente, de convicciones firmes”; así que esta experiencia, concluyó el experto, forjó su personalidad, pues en estas difíciles circunstancias Joseph Alois Ratzinger maduró su vocación.
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