“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Esta afirmación de Jesús ha marcado la historia de la Iglesia; pero también la del Estado, ahí donde el cristianismo se hace cultura. ¿Qué tiene que ver con el Sínodo de la Familia recién concluido y con el Papa Francisco? Veamos.
La emblemática frase significa, cierto, que las cosas del César no son de Dios; pero también que las cosas de Dios no son del César. Y la Familia no pertenece al César. Entonces, la Iglesia hace bien en no querer manejar las cosas del Estado; pero hace mucho mejor cuando actúa decididamente en la sociedad en favor del matrimonio y la Familia, incluso cuando implica dificultades con quienes gobiernan. Estas son las razones de la fe que claramente orientaron las reflexiones de los padres sinodales, pero no solamente. También, análogamente, podemos afirmar que hay que dar al Estado, como a la sociedad civil, lo que a cada uno corresponde, sin confusión. Y la Familia no es propiedad del Estado. Los gobernantes, jueces y legisladores existen para garantizar seguridad y justicia a las personas y las instituciones que conforman la sociedad civil, empezando por la Familia. Cualquier intento en contrario abona a la formación de regímenes autoritarios, con independencia de la máscara que porten. Esto es claro a la razón, incluso prescindiendo de la revelación. Estas razones también estuvieron en la mente de los padres sinodales.
Como observamos, las razones de la fe armonizan con las razones de la razón en materia de sociedad, persona y Familia. En la historia de la Iglesia los teólogos, pastores, intelectuales y pueblo fiel han interpretado esta convergencia como una demostración de que se avanza por el camino correcto, en servicio de la humanidad.
En mi opinión, en esta concordancia se encuentra la clave de interpretación del Sínodo. Falta la Exhortación Apostólica del Papa, quien tiene la última palabra. No obstante, la ruta ya queda clara. La Familia vive bajo asedio y los católicos, cual discípulos y misioneros del Nazareno, debemos trabajar en oración y acción para dignificarla como célula básica de una sociedad abocada a realizar la cultura del encuentro. Ante la emergencia enfrentada, serán necesarias dosis muy generosas de misericordia pues los heridos se cuentan por millones. Nadie puede quedar fuera de la protección de la sociedad civil, como nadie está fuera del amor de Dios.
Francisco, además, tomó dos iniciativas antes de concluir el encuentro que confirman la ruta señalada.
Primera. Ha creado un nuevo dicasterio con “competencia para los laicos, Familia y vida”, al cual se adscribe la Academia Pontificia para la vida. Tres realidades quedan ahora orgánicamente vinculadas y no de manera limitativa, como malamente suele entenderse, sino como punto de partida ante la complejidad de las culturas humanas, en donde los laicos debemos tomar la iniciativa orientados por la expansiva imaginación del Evangelio.
Segunda. En medio de los trabajos sinodales, canonizó al primer matrimonio en la historia de la Iglesia: Luis Martín y Azelia Guérin, quienes pasaron las duras y las maduras para sacar adelante a su familia y dar testimonio de la esperanza. Son los padres de Teresita del Niño Jesús, santa, doctora de la Iglesia y patrona de las misiones, con quien el Papa mantiene íntima relación de amistad y a quien confía su ministerio sacerdotal. Más claro, imposible.
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