Francisco abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Dio inicio un año dedicado a proponerle al mundo la misericordia, como camino cierto a la convivencia armónica entre los seres humanos. Pero, ¿cómo entender su significado? Conviene mirar a la crisis provocada por el terrorismo.
Llama la atención el comportamiento de los líderes occidentales después de los atentados de París. Hicieron tremendas declaraciones sobre seguridad, anunciaron grandes acuerdos para contener al Estado Islámico y lanzaron bombardeos para entusiasmar a los medios de comunicación occidentales y… nada más.
Ninguno de estos paladines de la libertad y la democracia se ha reunido con representantes sociales, culturales o religiosos de las zonas de conflicto. Ni siquiera con líderes políticos capaces de influir de manera importante. Solamente Putin –el ruso– lo ha procurado en cierta medida; pero él no califica como líder del mundo libre, según los líderes del mundo libre. Rusia sería un asociado momentáneo e incómodo al cual Turquía, con respaldo de la OTAN, le puede tumbar aviones.
El Papa Francisco tomó un rumbo muy diferente hacia la paz. No buscó el refugio de un ingenuo pacifismo, porque al agresor injusto es necesario contenerlo. Recorrió un camino de riesgo para abrir una ruta a un modo distinto de ser sociedad en donde predomine el diálogo y la inclusión, más allá de las ideologías.
Mientras los políticos ponían los fierros en la lumbre, Francisco se fue a meter a la cueva del lobo de Gubbio. Contra el consejo de la ONU, realizó un viaje pastoral por África. Visitó Kenia y Uganda, hasta meterse en el corazón de la República Centroafricana azotada por una guerra civil, donde las religiones han sido manoseadas para justificar la violencia, pero cuyos principales líderes religiosos han salido al paso de la manipulación. Del peregrinar del Papa escojo tres gestos.
1.- En Uganda honró a los mártires católicos y anglicanos de 1885, quienes, unidos por el ecumenismo de la sangre, dieron testimonio del Señor de la misericordia. Hoy, sus santuarios comparten el mismo espacio, unidos por la comunión en Cristo y en respeto a sus identidades. Semejante a los miles de cristianos hoy martirizados en Medio Oriente.
2.- En Bangui, capital centroafricana, en el barrio de mayor conflicto, visitó la mezquita más importante. Dialogó con los líderes musulmanes, rezó con ellos y con ellos recordó que usar el nombre de Dios para justificar la violencia es blasfemia. Afirmó: “Cristianos y musulmanes somos hermanos […] Tenemos que permanecer unidos para que cese toda acción que, venga de donde venga, desfigure el rostro de Dios y que, en el fondo, tiene como objetivo la defensa a ultranza de intereses particulares en perjuicio del bien común. Juntos digamos no al odio, no a la venganza, no a la violencia […] Dios es paz, Dios salam”.
3- También en Bangui, anticipando los tiempos, abrió la Puerta Santa de la catedral. Ahí afirmó enfáticamente: “en esta tierra sufriente también están todos los países del mundo que están pasando por la cruz de la guerra. Bangui se convierte en la capital espiritual de la oración por la misericordia del Padre”.
Mientras los “poderosos de la tierra” tomaban sus machetes para matar al lobo, el pobre de Asís caminó a su encuentro y lo encontró en su madriguera. Ahí predicó la paz y la misericordia a hombres y mujeres de buena voluntad. No es extraño. Desde las periferias le viene la esperanza al mundo.
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