Francisco en México

Nuevamente el Papa estará en México. Ya se nos estaba olvidando la alegría que supone tener en casa al sucesor de Pedro, Vicario de Cristo en la Tierra. Si con sus cinco visitas San Juan Pablo II casi nos acostumbró a tan sobrecogedora novedad, Benedicto XVI con su visita nos volvió a ubicar, de forma que valoremos el honor de tener a tan egregio personaje entre nosotros. Francisco no ha resistido más. En efecto, Nuestra Señora de Guadalupe es un poderoso imán que atrae a los Pontífices, tan necesitados de la intercesión maternal de María para sacar adelante su dura misión de hacer cabeza en la Iglesia, representando a Cristo aquí en la Tierra.

Como todas las visitas papales, ésta tendrá un sabor particular. Es el primer Papa latinoamericano, y un Pontífice que ha conquistado por su sencillez, simpatía y autenticidad el corazón de millones de personas. Sus discursos directos y claros, su conocimiento de la realidad vital del hombre de hoy, lo han convertido en un “párroco del mundo”, un auténtico pastor que va en busca de los que están lejos, de aquellos que están necesitados.

Como en todas las visitas papales, corremos también el riesgo de quedarnos en lo anecdótico, en lo superficial: vivir intensamente la emoción del momento, pero que todo aquello quede sólo allí… Es lo que pasa cuando toda preparación al viaje consiste en buscar la forma de estar lo más cerca posible de él, o si uno tiene “buenas palancas” poder siquiera “tocarlo”, no digamos “tomarse una selfie”. ¡Maravilloso! Pero, y después ¿qué?

La visita de Francisco, no debemos perderlo de vista, es la visita de Pedro. Sus cualidades mediáticas –le sobran, la verdad– deberían quedar en un muy segundo plano.

Efectivamente el Espíritu Santo concede los dones y las gracias particulares dentro de la Iglesia para que cada quien realice la misión que le ha sido encomendada por la Providencia; en este caso no se ha quedado corto, al conceder a Francisco los carismas necesarios para desempeñar su misión papal. Pero eso no es lo esencial: ni su simpatía, ni su espontaneidad, ni su autenticidad o su amor a la pobreza. Por decirlo de algún modo, lo realmente importante no es que nos visita Francisco, sino que con la visita de Francisco en realidad viene Pedro. ¿Y a qué viene Pedro? A confirmar nuestra fe. Ésa es la misión que Jesucristo le ha confiado.

En efecto, esa es la misión textual que Jesús le ha dado a Pedro, por ejemplo, en Lucas 22, 32: “Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos”; o en Mateo 16, 18: “Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¿A qué piedra se refiere? A la confesión de fe de Pedro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt, 16, 16).

Es decir, por encima de la dimensión emotiva y afectiva, por encima de ese “mover las aguas”, o en terminología “Franciscana”, “hacer lío”, está su dimensión teológica, sobrenatural, el motivo que nos lleva a querer escucharlo y tomar nota de cada una de sus palabras y gestos, para hacer lo posible por incorporarlos a nuestra vida, por asimilarlos vitalmente, por hacer de ellos alimento de nuestra fe, alimento que nos lleve a amar a Jesús de forma más viva y eficaz, plasmada en realidades y no meramente en buenos deseos.

El amor al Papa ha venido a ser una característica que brinda un nuevo perfil, un nuevo contorno a la fe del pueblo mexicano. En efecto, esa fe ya era, es y será por vocación profundamente mariana debido al evento guadalupano. Pero a partir de San Juan Pablo II esa fe ha sido rematada con un matiz importante: el amor apasionado por el sucesor de Pedro. Al mismo tiempo, como reconocen algunos de los biógrafos del Papa recientemente canonizado, su primer viaje pastoral a México en el lejano 1979 marcó en forma definitiva la fisonomía de su pontificado, y junto con el de San Juan Pablo II, el de sus sucesores. A partir de entonces, el Papa descubrió la fuerza de ser un “Papa viajero”, alguien que despierta la fe del pueblo de Dios, lo remueve, lo despierta de su somnolencia.

Francisco sigue en esa línea, atraído por la fuerza de Santa María de Guadalupe. Viene a ver a un pueblo especialmente necesitado, pues está siendo flagelado fuertemente por el látigo de la violencia, viene e rescatar la esperanza de un pueblo que no ha podido librarse de ese castigo apocalíptico. Cristo, María, el Papa, ahí vemos compendiados los amores de un buen católico, en feliz expresión sintética de San Josemaría.

Esperemos que la venida de Francisco renueve nuestro amor a Cristo y nuestra confianza en María Santísima.

 

 

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