Misericordia, no sólo de palabra

Misericordia –comenta Francisco– “es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad; el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro”. Y dado que Él nos ha creado a su imagen y semejanza y nos ha hecho hijos suyos, también nuestra esencia es la misericordia. Por eso, sólo siendo misericordiosos podemos realizarnos y contribuir al progreso de nuestra familia y de la sociedad.

Pero, ¿qué es la misericordia? Juan Pablo II recordaba que entre las expresiones usadas en el Antiguo Testamento para referirse a la misericordia divina destaca la palabra hebrea rahamim, cuya raíz, rehem, significa regazo materno. Este término, como explica Benedicto XVI, manifiesta la íntima relación de dos existencias y la atención hacia la criatura débil y dependiente custodiada en el regazo de la madre. Así, Dios quiere que entendamos que su amor es como el de una madre: gratuito, generoso, siempre fiel, dispuesto al perdón. Un amor que da vida.

Esto es precisamente lo que Jesús ora, predica y actúa, hasta el extremo de dar la vida para darnos vida. Él, como hace notar el Papa Francisco, “se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices”. Así supo hacerlo una gran discípula de Cristo:

Laura Vicuña, adolescente que alcanzó la santidad a los 12 años de edad.

Su madre enviudó y emigró a Argentina para trabajar con Manuel Mora, de quien luego se haría pareja. Mora intentó seducir varias veces a la pequeña Laura, y al no conseguirlo, la castigaba cruelmente. Compadecidas, las hermanas salesianas dieron hospedaje y estudios a la pobre muchacha, quien además de ser una buena estudiante y excelente compañera, siempre se preocupaba por ayudar a los más necesitados.

Pero un día que tuvo que regresar a casa, recibió tal golpiza de parte de Mora, que enfermó gravemente. Sintiendo próxima su muerte y tras perdonar las ofensas y daños recibidos, dijo a su madre: “he ofrecido a Jesús mi vida por ti, para que regreses con Él”. Laura murió el 22 de enero de 1904 a los 12 años de edad.

Esta jovencita nos demuestra que es posible vivir la libertad del amor sin dejarnos encadenar por odios ni rencores. Laura comprendió que al amor busca hacer el bien, y lo hizo. Es esta clase de amor, capaz de dar vida, el que vendrá a transmitir a México el Papa Francisco, misionero de misericordia y paz.

*Obispo auxiliar de Puebla y secretario general de la CEM

 

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