El pasado 22 de enero, a la sazón Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa se encontró con Tim Cook, CEO de Apple. Podría tratarse de una audiencia más de Francisco con alguien representativo en la sociedad, pero Apple es quizá la empresa tecnológica con más prestigio en el mundo, y su manager, el flamante sucesor de Steve Jobs, además de ser gay, es un empresario conocido por promover el activismo gay y la ideología de género a escala global. No deja entonces de ser un encuentro singular.
De la entrevista sabemos realmente poco. Quizá lo más llamativo es que se trató de un encuentro cordial, en el que Tim manifestó su gran deseo de conocer a Francisco y además le dio un donativo para “las obras que realiza”. Está sensibilizado con la gran preocupación social del Papa, hasta el punto de apoyarlo económicamente. Por su parte, Francisco subrayó que trataron temas de interés común, como pueden ser la ecología y la tecnología.
A mi juicio, lo realmente interesante de este encuentro es que representa un esfuerzo más del Papa en su labor de “tender puentes”, y que al hacerlo, una vez más, “rompe paradigmas”, es decir, manidos clichés simplistas: ¿No son antagónicos el “movimiento gay” y la Iglesia Católica?, ¿cómo es posible entonces que puedan departir amablemente un connotado representante del primero con el líder de la segunda? De hecho, no sólo departir, sino ayudar económicamente a la Iglesia…
Es particularmente valioso este intercambio, pues muestra cómo pudiendo no estar de acuerdo en algunos puntos fundamentales, en otros aspectos podemos y debemos ir de la mano. Francisco sabe encontrar, y se esfuerza por hacerlo, puntos en común. No sólo predica que es necesario buscar más lo que nos une que lo que nos separa, sino que va por delante.
Este ejemplo resulta valioso, mejor aún, imprescindible, pues derrumba esquemas estereotipados que a la postre fragmentan la sociedad, enfrentándola en grupos antagónicos. Francisco sabe que la Iglesia está llamada a ser “instrumento de la unión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí”; es decir, la Iglesia debe fomentar la unidad, no la fragmentación del género humano.
Es verdad que la unidad no es uniformidad, y que el precio a pagar por alcanzarla no incluye nunca el irenismo de renunciar a la propia identidad. Pero bien cimentados en esa identidad, podemos buscar caminos en lo que tenemos en común, más que poner el acento en las diferencias. Al hacerlo, como hace Francisco, descubriremos que tenemos bastantes coincidencias con nuestros antiguos antagonistas, los cuales dejarán de ser nuestros “enemigos”; es decir, acabaremos con inútiles barreras divisorias. Al mismo tiempo, se pueden construir valiosas sinergias dentro de la sociedad, la cual deja de estar agrupada en “bloques” del “todo o nada”.
De esta forma, por ejemplo, podemos luchar juntos contra la pobreza, o por defender la naturaleza, o por la defensa de la vida, ya que, por ejemplo, en ningún lugar está dicho que ser gay obligue a alguien a promover el aborto. Es decir, se trata de una estructuración más diferenciada de los distintos actores sociales, que supera la simplificación de pensar que “si no estás conmigo en todo, estás contra mí en todo”. La realidad es más rica, tiene matices, hay que aprovecharlos en favor de la sociedad y, lógicamente, de la misión de la Iglesia, que es ser, entre otras cosas, signo e instrumento de unidad.
No puedo pretender que sólo voy a construir una sociedad más digna con ayuda de los que estén totalmente de acuerdo conmigo. Debo tener la madurez y la picardía, que el Papa tiene, de crear “alianzas” con otros grupos que piensan diferente. Dividir la sociedad simplistamente entre “buenos y malos” resulta, además de falso, inútil. La opción incluyente es más fecunda.
¿Sería imaginable, por ejemplo, una “marcha por la vida” en la que participase una representación oficial “gay”?, ¿por qué no? ¿Podría un grupo feminista reivindicar junto con la Iglesia la causa de la no-violencia contra las mujeres?, ¿por qué no? ¿Podríamos ir de la mano católicos y humanistas ateos en contra de la corrupción?, ¿por qué no?
Francisco nos está enseñando a ver lo positivo que tienen los “otros”, y este esfuerzo resulta urgente si queremos reconstruir los tejidos sociales y conseguir algunos de nuestros “objetivos históricos”, renunciando quizá a la política del “todo o nada”, del “carro completo”.
@voxfides
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