No hay fecha que no se cumpla. Comienza la visita de Francisco a México, el Papa del fin del mundo, quien nos habla de las sorpresas de Dios y nos ha exhortado a ir a la raíz del mensaje evangélico. Un hombre que desde su sencillez comunica con el ejemplo, nos invita a caminar juntos e ir por los que más lo necesitan; un hombre de corazón y mente abierta a los demás que nos enseña a dialogar; un hombre cercano que nos invita a la ternura y el abrazo. Un Papa que nos enseña que lo que más importa es la persona y que el centro es Cristo.
El Papa Francisco visita a México en el año dedicado a la misericordia, convocando a todos los católicos y al mundo a pedir perdón y a vivir la misericordia: dando de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los que están en la cárcel, consolar al que sufre, acoger al inmigrante; en otras palabras, volvernos más humanos amando a los que nos rodean, pero no sólo de palabra, sino con actos concretos.
Los mexicanos recibimos al Papa, hambrientos de esperanza, necesitados de misericordia y de paz. Un México que desde su raíz es Guadalupano, que confía todos sus sufrimientos y su futuro en la Madre de Dios, la fe de un pueblo que ofrece como regalo a su pastor. Esa fe que se manifiesta en alegría, un pueblo que puede dejar por momentos a un lado sus sufrimientos y sus necesidades para festejar, para recibir y para acoger.
Un encuentro entre un pueblo -el mexicano guadalupano- y su pastor el Papa Francisco. Un encuentro fructífero de mutuos dones que estaremos por ver, disfrutar y analizar.
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