Éste domingo 13 de marzo el Santo Padre habló de la Misericordia de Dios, recordó la escena de la mujer adúltera cuando está a punto de ser apedreada y Jesús le responde al pueblo: “El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra”.
Papa Francisco: Qué bien nos hace tener consciencia de que también nosotros somos pecadores cuando hablamos mal de los otros, todas estas cosas que todos nosotros conocemos bien. Qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer al piso las piedras que tenemos para arrojarle a los otros y pensar un poco en nuestros pecados.
Reflexionó sobre la miseria y la misericordia, del trabajo que cuesta pedir perdón.
Papa Francisco: Queridos hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a todos nosotros, pecadores, o sea adúlteros delante de Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús. Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en el piso, en el polvo del que está hecho cada ser humano, la sentencia de Dios: “No quiero que tu mueras pero que tú vivas”.
Expresó que Dios quiere que la libertad de cada uno se convierta del mal al bien. Después del Ángelus, el Papa Francisco mencionó que en el Dispensario Pediátrico Santa Marta, ubicado en el Vaticano, donaría a los presentes el Evangelio de la Misericordia de San Lucas.
Texto completo
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma, es tan lindo, a mi me gusta tanto leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo en el centro el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva.
La escena ocurre en la explanada del Templo. Jesús está enseñando a la gente, y aquí llegan algunos escribas y fariseos que arrastran delante de él a una mujer sorprendida en adulterio. Aquella mujer se encuentra así en medio de Jesús y de la multitud, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia de sus acusadores.
En realidad esos no fueron al Maestro para pedirle su opinión, sino para tenderle una trampa. De hecho si Jesús siguiera la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perdería su fama de mansedumbre y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio quisiera ser misericordioso, debería ir contra la ley, que Él mismo dijo no quería abolir sino cumplir.
Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: “¿Tú que dices?”. Jesús no responde, se calla y cumple un gesto misterioso: “se inclinó y se puso a escribir con el dedo en la tierra”. Quizás hacía dibujos, algunos dicen que escribía los pecados de los fariseos, vaya a saber, pero escribía, estaba en otro lado. De esta manera invita a todos a la calma, a no actuar en la onda de la impulsividad, a buscar la justicia de Dios.
Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta. Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: “Quien de ustedes esté sin pecado, tire primero la primera piedra contra ella”.
Esta respuesta desorienta a los acusadores, los desarma a todos en el verdadero sentido de la palabra: todos depusieron las armas, o sea las piedras listas para ser arrojadas, sea aquellas visibles contra la mujer, sean aquellas escondidas contra Jesús.
Y mientras el Señor sigue escribiendo sobre el piso, a hacer dibujo, no lo sé, los acusadores se van uno después del otro, comenzando por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado.
Qué bien nos hace tener consciencia de que también nosotros somos pecadores, cuando hablamos mal de los otros, todas estas cosas que todos nosotros conocemos bien.
Qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer al piso las piedras que tenemos para arrojarle a los otros y pensar a nuestros pecados. Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una delante del otro. Y esto cuantas veces nos sucede a nosotros delante del confesionario. Con vergüenza para hacer ver nuestra miseria y pedir perdón.
“Mujer, dónde están”, le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y lleno de amor, para hacer sentir a aquella persona –quizás por la primera vez– que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar en una vía nueva.
Queridos hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a todos nosotros, pecadores, o sea adúlteros delante de Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús.
Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en el piso, en el polvo del que está hecho cada ser humano, la sentencia de Dios: “No quiero que tu mueras pero que tú vivas”.
Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con un pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y nosotros también lo queramos junto a Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible, es posible con su gracia.
La Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la misericordia de Dios, para volvernos criaturas nuevas».
Saludos:
Queridos hermanos y hermanas,
Saludo a todos, provenientes de Roma, de Italia y de diversos países, en particular a los peregrinos de Sevilla, Friburgo (Alemania), Innsbruck y del Ontario (Canadá).
Saludo a los numerosos grupos parroquiales, entre los cuales los de fieles de Boiano, Potenza, Calenzano, Zevio y Agrópoli. Así como a los jóvenes de tantas partes de Italia: no puedo nombrarlos a todos, pero recuerdo a aquellos de Compiobbi e Mozzanica, a los de la Acción católica de la diócesis de Latina-Terracina, Sezze- Priverno, a los recién confirmados de Scandicci y de Milán y Lambrate.
Y ahora quiero renovar el gesto de donar a los presentes un Evangelio de bolsillo. Se trata del Evangelio de Lucas que leemos en los domingos de este año litúrgico. El librito lleva como título: “El Evangelio de la Misericordia de San Lucas”; de hecho el evangelista reporta las palabras de Jesús: “sean misericordiosos como es misericordioso el Padre vuestro”, del cual fue tomado el tema de este año jubilar.
Será distribuido gratuitamente por los voluntarios del Dispensario Pediátrico Santa Marta en el Vaticano, por algunos ancianos y abuelos de Roma. Cuanto mérito tienen estos abuelos y abuelas que transmiten la fe a los nietos. Invito a tomar este Evangelio y a leer un párrafo cada día. Así la misericordia del Padre habitará en el corazón y podrán llevarla a todos los que encuentran.
Y al final, en la página 123 están las siete obras de misericordia corporales y las siete obras de misericordia espirituales. Sería lindo que se las aprendieran de memoria, para que sea más fácil hacerlas. Les invito a tomar este Evangelio, para que la misericordia del Padre se vuelva obra en los aquí presentes. Y los voluntarios, abuelos y abuelas, piensen también a la gente que se quedó afuera, en la plaza Pio XII, porque no lograron entrar, para que ellos reciban este Evangelio.
Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. Que tengan buen almuerzo y hasta la próxima».
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