Un aliento a las familias

Es un lugar común afirmar que hoy en día la institución familiar sufre abundantes presiones en la sociedad actual, que es duramente atacada, reinventada, reinterpretado su contenido. Las familias reales encuentran muchos problemas para salir adelante, y con frecuencia las legislaciones, en lugar de allanarles el camino, lo siembran de obstáculos. En medio de este ambiente, que no por conocido deja de ser duro y real, Francisco ofrece una bocanada de aire fresco, un aliento y un estímulo positivos a todos aquellos que se esfuerzan por sacar una familia adelante, a los que la han perdido, a los que tienen la esperanza de formar una o de recuperarla y sanarla si ha enfermado.

La exhortación apostólica Amoris laetitia es un extenso documento papal, que culmina el trabajo de dos Sínodos de obispos, dedicados al estudio de la problemática familiar en el mundo contemporáneo. Sínodos, hay que decirlo, que despertaron fuertes polémicas en el seno de la Iglesia. La última palabra, sin embargo, la tiene el Papa, y ya la ha dado. Es un texto “estilo Francisco”. No contiene innovaciones doctrinales, no toca la doctrina de la Iglesia, pero es novedoso en su forma de exponerla, en el acento que pone. Puede calificarse, en consecuencia, como un documento profundamente pastoral, que en efecto recoge multitud de sugerencias prácticas, concretas, sobre la vida familiar.

El acento pastoral y la impronta misericordiosa empapan todo el texto. La perspectiva de la Iglesia no es de juzgar o encasillar a nadie, sino de sanar, acompañar y comprender. En este sentido, aunque no dice una palabra sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar, insiste mucho en distinguir las situaciones, animar y, sobre todo, no juzgar. Por ejemplo, dice enfáticamente: “ya no se puede decir que todos los que se encuentran en una situación así llamada ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante” (n. 301). Al hacerlo, obviamente no toca ni la indisolubilidad del matrimonio ni, por ejemplo, la necesidad de recibir la eucaristía en gracia de Dios. No cambia nada doctrinalmente, pero pastoralmente mira de una nueva forma a las personas.

Para realizar este cambio de perspectiva el Papa pone el acento en que, estando claros los principios generales, éstos no se aplican sin más a las personas singulares, como si fueran matemáticas. En lo concreto hay indeterminación; las personas concretas no necesitan que se les apliquen las leyes, sino que se les acompañe. Necesitan conocer las leyes para formar su criterio. La Iglesia tiene el deber de “formar las conciencias, pero no pretender sustituirlas” (n. 37). Por eso los pastores precisan criterio para tratar a las personas y discernimiento de espíritus, es decir, descubrir lo que en cada momento les viene mejor, para ser capaces gradualmente de realizar la voluntad de Dios en su vida, en las circunstancias en que se encuentran.

El Papa es muy cuidadoso en señalar que no hay “gradualidad en la ley”, y que, por lo tanto, no se trata de rebajar las exigencias del Evangelio, ni abdicar de la vocación a la santidad que lleva impresa la vocación matrimonial. Se trata de pedirle a cada uno lo que puede dar y de comprender la situación en la que se encuentra, la cual es mucho más rica de lo que puede expresar una ley abstracta, y no se puede encuadrar tampoco en una agobiante casuística. En este sentido de amplitud de espíritu, afirma: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable, o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y de la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (n. 305).

No busca Francisco ofrecer una “pastoral de los fracasos” (n. 307), pero tampoco los ignora o minimiza. En fin, ahora se trata sólo de ofrecer un aperitivo, invitando a degustar con detenimiento un texto esperanzador y práctico, que ofreciendo un diagnóstico realista de la situación actual de la familia, invita a no cruzarse de brazos y a luchar, contando con la gracia de Dios y las ricas potencialidades del corazón humano, por vivificarla de nuevo.

 

 

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