Sin embargo, se sabe que una vez que la sagrada Tilma de San Juan Diego fue puesta en el lugar que Santa María –la madre de Jesús– había pedido, San Juan Diego pasa el resto de sus días hasta en que fallece (1548) en un humilde cuarto anexo a la primitiva ermita. Limpia, atiende y narra repetidas veces los prodigios de que había sido testigo ante la celeste aparición. Muere San Juan Diego –después de 17 años– dedicado al cuidado fiel de la Palabra Venerable de la Madre de Jesús, tal como Jesús se lo pide antes de morir al discípulo consentido, al discípulo más pequeño de los hijos de María.
Si bien durante las Apariciones Guadalupanas San Juan Diego no logra acertar ni confesar el gran Evangelio del Tepeyac –de que María verdaderamente es nuestra Madre, de que estamos unidos a Dios por medio de la Maternidad de María, la Madre de Jesús en virtud de la Pascua del Cristo–, empero el servicio humilde y de tiempo completo, la contemplación de la Sagrada Tilma de San Juan Diego y el canto de las glorias de María narradas a sus hermanos, nos da la evidencia y el medio por el cual San Juan Diego Cuauhtlatoatzin llegó a vivir la Paternidad de Dios y la Maternidad de María. Asumiendo su dignidad de hijo, se despojó de una vida de orfandad aceptando gozoso una vida ascética y de servicio al Pueblo de Dios.
En este sentido, el Papa Francisco ha insistido consistentemente en que un cristiano nunca es huérfano. Específicamente, el Papa se ha referido a que “un cristiano sin la Virgen y sin la Iglesia está huérfano”. Y es que esta Maternidad por parte de María es verdaderísma, pues María es verdaderísimamente Madre de Dios y Madre de la Iglesia (cf CIC 963-970). María es nuestra verdadera Madre en el orden de la gracia y la gracia es la participación de la vida de Dios (cf CIC 1996-2005).
Si el discípulo escucha la voz de Cristo, conoce la Palabra de Dios y fielmente lo sigue (cf Jn 10, 27), entonces la correspondencia filial es auténtica, sin recortes de la realidad. Pero ni dicho seguimiento, ni la voluntad de la Madre de Jesús al querer una casita para escucharnos y aliviar nuestras congojas, forma parte de la cultura de lo provisional –como lo acusa también el Papa Francisco–. San Juan Diego así lo confesó con su vida desde que su Tilma fue grabada con la Sagrada Imagen: Y desde aquella hora Juan Diego, el discípulo amado, acogió a María en su casa como Madre suya (cf Jn 19, 27).
El Verbo eterno se hizo carne para redimirnos a través del camino de la filiación divina y humana hasta el extremo (cf Jn 13) y de ello quiso dejarnos una imagen en la Tilma de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Lo hizo no para los sabios ni entendidos, sino para los niños, para los hijos (cf Mt 11, 25), en una Madre embarazada de Redención, siempre Virgen, llena de gracia y Asunta al cielo.
Que el Espíritu Santo germine en los corazones guadalupanos la gracia santificante que nos da la conciencia de hijos verdaderísimos de Dios, de la Madre de Jesús y de la Iglesia, y produzca testimonio de vida cristiana.
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