Laicos: es la hora

Buena idea

Recientemente, algunas de mis preciosísimas lectoras y gallardos lectores tuvieron la fortuna de participar en la 11° Edición del Congreso de Laicos que organizó la Comisión para los Movimientos Laicales de la Arquidiócesis Primada de México, realizada en la Universidad Panamericana. Los panelistas, de primer nivel.

El tema central: “Por qué sí y por qué no ha llegado la hora de los Laicos”. Y como el objetivo fue exponer las experiencias sobre el papel de los laicos en sus ámbitos de acción, de ciudadanía, de evangelización y actitud interior de la Iglesia, este aprendiz de escribano quiere dar su punto de vista, aunque las ideas no queden en la memoria impresa del evento, ni las vaya a leer el Cardenal Rivera o el Nuncio Coppola.

Un ADN de “esperar pasivo”

Ciertamente, se trata de un problema cultural introyectado en el ADN de los mexicanos. Muchas generaciones –los abuelos y los padres, para no ir más lejos– incluída la nuestra y la que sigue, fueron educadas en un primer concepto: esperar a que “alguien” llegue a resolver las cosas que nos afectan.

De esta forma, el sistema político mexicano y sus derivaciones sociales, económicas, educativas y culturales, se diseñaron para darle fondo y forma a un estilo de vida dependiente. Por eso “se espera” –así, empleando la voz pasiva del español– que el presidente mejore nuestra realidad; que el alcalde pavimente y ponga más alumbrado; que la policía resuelva la inseguridad… O bien, se lo encargamos todo a “Diosito”, para que haya un aumento de sueldo, para no reprobar el ciclo escolar, para sacarnos la lotería, o heredar de alguna tía millonaria.

Los orientales nos critican mucho porque aseguran que los mexicanos “no quieren el cambio… lo esperan”. Y en medio de este esquema de dependencia, una derivación interesante: la cultura de endosar culpas y descubrir culpables. Así, Hernán Cortés y lo españoles son culpables de la inflación y la baja del petróleo, o La Malinche tiene la culpa de que Pemex no esté entre las 100 mejores empresas de clase mundial según Forbes; y los hijos son maleducados, por culpa de los maestros que tienen. (Los de la CNTE no encajan aquí porque esos no dan clases).

El “síndrome del sello”

La otra parte de esta falta de participación –causa formal y final del asunto– es lo que este escriba denomina como el “Síndrome del Sello”. Es decir, el mexicano común y corriente es sencillo, chambeador, educado y tranquilo… hasta que alguien le otorga cierto grado de poder. Veamos:

El nuevo presidente de la sociedad de padres de familia quiere ahora cambiar el modelo educativo y la planeación didáctica de la escuela de sus hijos (por eso tanto temor a las asociaciones de papás); en cuanto es nombrado, el Regidor del ayuntamiento quiere ponerse a administrar la alcaldía; el coordinador del comité de vecinos ahora se siente dueño de su gleba. Pero sucede lo mismo con el policía, el agente de tránsito o los guaruras de algún personaje. Mutan… y se convierten en seres superiores, bordados a mano por la divinidad.

¿Cuál es el resultado? Existe un serio y profundo temor de los niveles de mando, cuando se trata de delegar. Por lo mismo, herramientas como el Kaizen –mejora continua– y el llamado empowerment no funcionan de manera apropiada, porque quien tiene la posición directiva considera que al delegar funciones y/o responsabilidades, la intención negra e indescriptible del colaborador, será el tumbarlo de su escaño de poder. Y lo lastimoso es que existe en algunos grupos parroquiales la creencia de que los miembros del grupo de liturgia son la élite de la cristiandad y, por eso mismo, dueños de la agenda y la catequesis de los señores curas.

La primera escuela de participación

La intervención en el foro de parte de Fernando Sánchez Argomedo, Presidente Ejecutivo de Yo Influyo, tocó un punto neurálgico: la vivencia de la política, de valores como la honestidad, la solidaridad o la construcción del bien común, empiezan a forjarse en la familia. Esa es la mejor escuela y el momento más propicio para hacer fecundo el ejemplo de papá y mamá.

En la familia se desarrolla la pedagogía del “nosotros”, cuando se hace oración, cuando se realizan las tareas de la casa o se comparte la responsabilidad, especialmente con quienes más lo necesitan, porque saben menos, tienen menos o pueden menos.

Como nunca, es la hora de los laicos. Es la hora de “Tomar nuestra parte”, que eso es, al final del día, la traducción mejor de “participación”. ¿O no?

 

@voxfides

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