Siempre me han gustado los Juegos Olímpicos. Los espero con ilusión, los veo con emoción, los despido con nostalgia y los recuerdo con alegría. Apenas vamos a la mitad de la jornada y quisiera compartir algunas reflexiones.
1.- Me gustó la ceremonia de inauguración. Un poco de historia para empezar, una dosis de individualismo con “La chica de Ipanema” para continuar y, para terminar, un tanto de confusión en medio de la batucada. Muy brasileño. Me divertí muchísimo.
2.- Al final de la ceremonia hubo tres discursos que me hicieron reflexionar. Cosa extraña pues soy alérgico a esas oratorias. El primero de Carlos Nuzman, presidente del Comité Olímpico del Brasil, responsable de la organización. Lo que dijo no es tan importante como su lenguaje corporal. Ese hombre ha cargado sobre sus hombros la frivolidad de la clase política brasileña, más ocupada en despedazarse que en generar un buen ambiente olímpico. Se le veía exultante, nervioso, feliz. Ya podía entregar al mundo quince días de esperanza.
El segundo discurso corrió a cargo de Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional. Con realismo poco común, reconoció la situación de un mundo en crisis, injusto y violento, para explicar el lugar de los Juegos Olímpicos como alimento para una humanidad dolida, como encarnación de un ideal que definió en términos muy familiares para un católico común: unir a la humanidad mediante el diálogo en la diversidad, sin renunciar a la verdad.
El tercer discurso corrió a cargo de Kip Keino, premiado con el Laurel Olímpico por su trayectoria de vida. Un viejo campeón quien, gracias al deporte, encontró el camino para trascender de la mejor manera. Keino, junto con su esposa, convirtió el éxito personal en una oportunidad para servir al prójimo, mediante la fundación de una institución dedicada a la atención de huérfanos. Al final, agradeció a Dios y pidió al Señor que bendijera al público presente. Su sencillez y humildad me movieron al silencio, del cual brotó el recuerdo de las palabras de San Pablo: De humildes y pequeños se vale Dios para confundir a los poderosos del mundo.
3.- Me conmovió profundamente la delegación especial de refugiados. El día anterior había revisado el video de su conferencia de prensa. Víctimas de la guerra o la persecución, ahí compartieron parte de su historia. Lo más impresionante no fueron sus cuitas, sino su esperanza convertida en alegría durante el desfile inaugural.
4.- Se enfrentaron en volibol de playa alemanas y egipcias. Unas portaban el vestido oficial del deporte, es decir, bikini. Las otras usaban pants, dejando al descubierto pies y manos, una portaba hiyab —el velo que usan las mujeres musulmanas— y la otra tenía la cabeza descubierta, por lo que es plausible suponer que era cristiana copta. De lo mucho sucedido en la cancha sólo una imagen dio la vuelta al mundo: la mujer con hiyab disputando un balón en la red con otra en bikini. Los comentarios de intolerancia estuvieron a la orden del día en desprecio de la mujer en pants. ¿Vale más una mujer en bikini que otra en pants; una con cabellera descubierta que otra con velo? ¿La dignidad de una mujer sólo se puede realizar en el contexto laicista, patón y secularizado de un occidente prepotente?
Lo sucedido en la cancha desdijo las prejuiciadas y patonas interpretaciones. La verdad es que cuatro mujeres, sin renunciar a su cultura e identidad, jugaron con entrega, alegría y lealtad, dando lo mejor de sí mismas. En un pequeño campo de juego, por unos minutos, celebramos la unidad en la diversidad, en una auténtica experiencia de equidad.
5.- Mi corazón se llena de alegría al observar cómo Dios se pasea por Brasil y disfruta los Juegos Olímpicos. Se hace presente de mil maneras y también mediante los deportistas: unos se persignan, otros alzan la vista al Creador, algunos más se postran en adoración o bien cierran los ojos para elevar una plegaria, mientras otros más observan con respeto, aunque no compartan creencias. Nadie se ofende ante las múltiples expresiones de la expansiva diversidad humana. Sólo la arrogancia de algunos medios occidentales ha puesto la nota discordante. Sería lindo que aprovecharan la oportunidad para reflexionar con ánimo autocrítico.
Las proféticas palabras de Thomas Bach, presidente del COI, resuenan en mi corazón. Mi gozo olímpico tiene raíces más profundas de lo que yo suponía. Las mejores causas de la humanidad se hermanan con las razones de mi fe.
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