Vivimos una coyuntura muy interesante. Los mitos ideológicos son sacudidos por la terca realidad. La autoproclamada izquierda liberal progresista, cuyos representantes se consideran los únicos dueños de la historia, pierde terreno ante otras alternativas políticas y, cosa inaudita, los inmortales mueren, como Fidel.
Los cristianos no somos ajenos al frenesí de estos días. Es buen momento para hacer un alto y preguntarnos sobre el caminar de la Iglesia. El silencio es necesario. En nuestro auxilio acuden el Papa Francisco y Benedicto XVI, cuya sintonía y continuidad nunca dejarán de sorprenderme.
¿Qué debe hacer la Iglesia en este tiempo de confusión y no sólo para la cultura occidental? Francisco hizo su propuesta en la carta apostólica “Misericordia et misera”, de obligado estudio para católicos y para cuantos quieran entender a la Iglesia. El documento es importante porque se trata de una invitación personal del sucesor de san Pedro, en la que muestra la esencia de su magisterio y la intimidad de su corazón.
Quien espere un gran programa de acción quedará defraudado. El Papa nos propone un modo de ser Iglesia nada novedoso, pero muy original. Acude a lo más profundo del ethos católico a lo largo de la historia: la misericordia. Su práctica está reservada a los imperfectos y defectuosos, a quienes ceden a sus debilidades humanas, a la gente más común y ordinaria que ha conocido la historia, como son los pecadores. La misericordia es la respuesta vital que brota del encuentro con Jesús de Nazaret.
Para entender las palabras de Francisco no hace falta mucha ciencia, tan sólo un corazón abierto. Ahora, para profundizar en su riqueza, es importante acudir a la primera Exhortación Apostólica de Benedicto XVI sobre la eucaristía, el “Sacramento de la Caridad”. Ratzinger nos propone un “método” de ser Iglesia en tres momentos: celebrar, pensar y actuar. En su carta, Francisco retoma este método y lo explica con sencillez profética. Una vez más, el teólogo y el pastor conspiran.
En el proemio nos recuerda la relación de Jesús con los pecadores, a través de su encuentro con la mujer adúltera. Con san Agustín reflexiona sobre cómo esta relación se puede entender como el encuentro de la misericordia con la miseria; no para aplastarla por faltar a la ley, sino para transformarla en la caridad. Jesús no tiene un programa de acción, sino una mirada capaz de cambiar nuestra relación con nosotros mismos, con el mundo y con Dios. No es el condescendiente paternalismo que todo lo justifica, sino la exigencia que nace del encuentro en la misericordia. No se empieza a ser cristiano por una convicción ética, o por un astuto plan de acción, sino por el encuentro con una persona que transforma nuestra vida de manera decisiva.
La práctica de la misericordia, para convertirse en método de vida, necesita del encuentro con Jesús en la celebración de la liturgia; esto es, de su presencia en medio de la comunidad que se reúne en oración, de su perdón, de la proclamación de su palabra y de su presencia real en la Eucaristía. También es necesario celebrarlo en los sacramentos, de manera particular en la reconciliación. Hoy, cuando parece cosa vetusta eso de confesar pecados, el Papa nos recuerda la belleza profunda del sacramento que, a riesgo de ser regañado por los teólogos, me gusta llamar de la rehumanización. Quien vive la experiencia de su humanidad reconstituida por el perdón incondicional, nunca vuelve a ser la misma persona.
Quien celebra a Cristo en la liturgia y los sacramentos, puede pensar con claridad en su palabra. No es un pensar abstracto, sino aprender a mirar al prójimo como Jesús, algo imposible si reducimos el Evangelio a pura ideología, a una proclama política. Jesús nos mira a los pecadores con misericordia, nos levanta, nos perdona, nos transforma. Tan sencillo, tan cotidiano, tan sorprendente.
Cuando celebramos a Cristo y reflexionamos su palabra, cuando experimentamos de forma tan sencilla su amor incondicional, brota la acción como fuente de agua viva ahí donde Dios nos llame, nos siembre o nos ponga.
No son los grandes programas de acción los que hacen significativa la vida de los cristianos en medio del mundo, sino la experiencia de Jesús que mueve a la caridad en la esperanza, como expresión de la fe. Los cristianos no son molestos por sus opciones políticas, sino por una constante rebelión que empieza con catorce obras de misericordia. Seguiremos.
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