1) Para saber
En estos días navideños, hay una costumbre importante que el Papa Francisco invita a vivirla: tener en cada hogar un Nacimiento con su pesebre que represente el lugar en donde quiso nacer el Hijo de Dios. Eso nos ayuda a contemplar cada uno de sus elementos y personajes y encontrar ahí una fuente de esperanza: María, José, Belén, los pastores, los Magos, etc.
“En primer lugar, dice el Papa, nos fijamos en el lugar en el que nace Jesús: Belén. Una pequeña aldea de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios para ser Rey de Israel”.
Belén no era una gran ciudad, ni la capital del pueblo judío, “y por eso fue el lugar preferido por la Providencia divina, que ama actuar por medio de los pequeños y los humildes… En aquel lugar nace el ‘hijo de David’ tan esperado, Jesús, en el cual se encuentran la esperanza de Dios y la esperanza de los hombres”.
2) Para pensar
Se podría decir que Belén era un pueblo escondido en aquellas tierras. El Señor no vino con todo su poder, majestad y gloria, pues no nos hubiéramos atrevido a acudir a él. Sino que quiso nacer como un niño. Así nos podemos acercar.
El Papa Benedicto XVI contaba una historia rabínica al respecto: Cuenta el relato que Jeshiel, un niño, entró precipitadamente y llorando a la habitación de su abuelo, el célebre rabí Baruj. Gruesas lágrimas le corrían por las mejillas, mientras se lamentaba: «Mi amigo me ha abandonado. Ha sido muy injusto y se ha portado muy feo conmigo».
El abuelo trató de tranquilizarlo y le preguntó: «A ver, ¿no puedes explicármelo un poco más?». El pequeño respondió. «Sí, abuelo. Estábamos jugando al escondite, y yo me escondí tan bien que no pudo encontrarme. Pero entonces, simplemente dejó de buscarme y se marchó. ¿No es eso feo?»
El escondite más perfecto había perdido su belleza porque el otro había interrumpido el juego. Entonces el abuelo acarició las mejillas al pequeño, y a él mismo se le llenaron los ojos de lágrimas. Y le dijo: «Sí, no hay duda de que es muy feo. ¿Ves?, con Dios es exactamente lo mismo. Él se ha escondido, y nosotros no lo buscamos. Piensa: Dios se esconde, y los hombres ni siquiera lo buscamos».
3) Para vivir
Podemos encontrar en esa historia la explicación del misterio entero de la Navidad. Dios se esconde. No nos deslumbra con el resplandor de su gloria; no nos obliga con su poder a caer de rodillas, sino que quiere suscitar en nosotros el amor.
Espera que la criatura se ponga en marcha, que surja un sí libre y se dé nuevamente el acontecimiento del amor. Él espera al hombre, nos espera, me espera. ¡Y qué escondite ha encontrado! Se esconde en un niño, en un establo. Nosotros, ¿lo sabremos encontrar? ¿O lo mismo que el impaciente compañero de juego, nos hemos marchado del juego, con mil razones para no buscarlo?
Dios salió de su escondite y corre a nosotros para que no dejemos de buscarlo. Deja toda lejanía.
En el niño se hace más visible y más clara su omnipotencia y su amor. Decía el Papa Benedicto: “Quien comienza a entenderlo cae de rodillas y se llena de la gran alegría que anunció el ángel en la Nochebuena”.
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