Lecciones de tres marchas cívicas y un carnaval

En nuestra historia reciente se han realizado tres marchas por iniciativa de la sociedad civil, en contraste con un carnaval interminable. Veamos:

1) En el año 2004, de manera espontánea, se realizó la más impresionante manifestación ciudadana de nuestro tiempo. La iniciativa surgió de un grupo de personas que habían perdido a sus seres queridos en manos del crimen organizado. Encarnaban la indignación y el dolor de los mexicanos de a pie. Los ciudadanos salieron por millones a exigir de la autoridad el cumplimiento de su primer deber, como es garantizar seguridad e impartir justicia. La manifestación se realizó en silencio, vestidos de blanco, y participó el amplio abanico social en un acto conmovedor de solidaridad. Eran simples mexicanos marchando por sus familias e hijos.

La respuesta de la clase política fue del desprecio a la indiferencia. López Obrador calificó la manifestación como la marcha de los mentirosos y los “pirrurris” de la derecha. Desde entonces, la violencia y la corrupción han crecido hasta instalarse en nuestra vida cotidiana.

2) En 2016, se realizó una serie de manifestaciones en distintos puntos de la república en defensa de las familias mexicanas, en protesta por la iniciativa presidencial de reformar la Constitución para redefinir el matrimonio. Una vez más, millones de ciudadanos del común marcharon exigiendo a los políticos que dejaran de jugar y se ocuparan realmente del bienestar de una de las muy pocas instituciones sociales en las cuales podemos confiar, donde encontramos cierta protección ante el crimen y la corrupción.

Pero la clase política volvió a responder con el desprecio y la indiferencia. La izquierda calificó las manifestaciones como propias de reaccionarios, retrógradas y derechistas. Su desprecio contó con el silencio cómplice de no pocos políticos, quienes, se suponía, debían hacer causa común con las familias mexicanas.

Bajaron la iniciativa, cierto, pero no como acto de sensibilidad política, sino en espera de tiempos más oportunos, según dijeron. El desprecio a los ciudadanos.

3) La tercera marcha se llevó a cabo apenas el pasado fin de semana. Se convocó a manifestarse por la unidad nacional y contra Trump, pero la ciudadanía no acudió como se esperaba. No creo que haya sido falta de solidaridad, sino ausencia de credibilidad. Convocaron los mismos intelectuales que han ocupado el proscenio del espacio público durante décadas, junto con algunos representantes de la sociedad civil; pero desde el principio lucieron la falta de unidad y lo etéreo del propósito.

La nación, la patria, no tenía rostro y el “Masiosare”, ese extraño enemigo mencionado en el himno nacional, fue identificado con la botarga del presidente Trump.

Después del evento los políticos guardaron silencio, no obstante haber manifestado su decidido entusiasmo por la convocatoria. El oportunismo sin ambages.

4) Por último, cada día, en ésta y otras ciudades del país, los ciudadanos observamos impotentes el carnaval de marchas, bloqueos y agresiones contra nosotros, por parte de grupos políticos que exigen la salvaguarda de privilegios a otros de su misma especie. En su mayoría no son manifestaciones de la sociedad civil, porque a ésas las agarran a macanazos, verbales o físicos, sino la poderosa industria de la protestación, tan consentida por la partidocracia nacional.

¿Qué lecciones podemos sacar de lo anterior?

1.- Los ciudadanos no somos importantes para la clase política, sin excepción de partidos. Permanecen sordos ante el justo reclamo de millones de mexicanos, quienes exigimos cumplan con dos deberes muy sencillos: administrar los bienes públicos con honestidad con miras al Bien común, así como procurar y administrar justicia (legal, conmutativa y distributiva).

2.- La partidocracia es autorreferencial. Sólo atiende a conservar y aumentar sus privilegios.

3.- La sociedad civil, a diferencia de la partidocracia, sí entiende del amor a la patria. “Masiosare”, el extraño enemigo, no es una entelequia de cartón, ni se resuelve en una piñata a la cual dar de palos. Tiene el rostro de la corrupción y la violencia cotidianas, el mismo que los políticos se niegan a reconocer.

4.- La clase intelectual y los liderazgos civiles parecen agotados. Su discurso se muestra vacío, no gozan de la credibilidad que alguna vez tuvieron, o quisimos creer que tenían, o ellos creyeron que gozaban.

5.- Justo Sierra tenía razón, la patria es el hogar y el altar. No se encuentra en grandilocuentes declaraciones, tampoco en el desgarrador patrioterismo. La patria habita en la solidaridad cotidiana que nos permite vivir con dignidad, es decir, en el amor al prójimo.

 

 

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