Está de moda, como mostraron acabadamente los Óscares hasta en la confusión a la hora de entregarlos, establecer una “cuota de género” para distribuir premios, reconocimientos, ascensos, puestos de trabajo, etcétera. La película Moonlight cubría cumplidamente los reclamos de esta cuota: discriminación por color y orientación sexual. Nada más políticamente correcto para el establishment actualmente imperante, pues engloba muchas de las causas que se esfuerza en promover. Maravilloso por Moonlight, sus actores, productores, directores, etc. Sin embargo, creo que, en el fondo, recibir tal reconocimiento con estos antecedentes y en este contexto, flaco favor les hace.
En efecto, estaba cantado que, después del berrinche del año anterior realizado por la comunidad de color, este año la Academia desagraviaría generosamente tamaña ofensa, como en efecto ha sido. Pero la duda que queda en el aire es: ¿Se ha reconocido a los mejores filmes y actores?, o simplemente se han cubierto cuotas políticas con base en filmes buenos. Debe ser terrible tener la incertidumbre de pensar que en realidad tu película no fue la mejor, pero que te dieron el premio por el color de tu piel, por tu religión –el actor es musulmán– o porque defendías la causa de moda, en este caso, denunciar la homofobia.
Flaco favor le hace al prestigio de la Academia y en definitiva al valor de los reconocimientos internacionales, el estar doblegados por este tipo de criterios, que vienen a ser cuotas de índole política e ideológica, ajenas a la naturaleza misma del reconocimiento en cuestión, en este caso, la calidad artística de una producción cinematográfica.
Lamentablemente se va poniendo de moda exigir este tipo de cuotas para los puestos públicos e incluso las empresas: debes contar con un porcentaje determinado de mujeres, personas de color, homosexuales o lesbianas. Ello, obviamente, supone un beneficio y una ventaja para ellos, pues en igualdad de condiciones, será descartado, por ejemplo, un hombre blanco heterosexual. Pero, por eso mismo, supone una manera de singularizarse, un privilegio social análogo a los que anteriormente detentaba la nobleza, que en realidad señala y perjudica al grupo en cuestión. La persona que obtenga el puesto, puede sospechar con fundamento que no es la más capacitada, los demás seguramente lo harán.
En el deseo de eliminar la desigualdad, se produce nuevamente ésta, de forma patente e injusta. La persona que reúna alguna o varias de estas condiciones nunca sabrá si su empleo o reconocimiento se debe a sus propios méritos o a las circunstancias que pasivamente le tocó encarnar. Por ello, al establecer -implícita o explícitamente- este tipo de criterios, paradójicamente se discrimina a quienes en realidad buscaba proteger. Pienso que todos ellos: mujeres, homosexuales, personas de color, musulmanes, en realidad lo que quieren es ser tratados con normalidad, como a uno más, como todos, sin privilegios y, precisamente al establecer estos beneficios, ven cómo se les escapa su tan ansiada igualdad o normalidad.
La mujer no quiere recibir un premio por ser “mujer”, sino por su capacidad, su talento y sus méritos. Dárselo por ser mujer, o por ser gay, o persona de color significa, implícitamente, reconocer que en realidad “se es menos” por tener alguna de estas características, y se premia su esfuerzo, su “coraje de participar”. Es como si se otorgara el reconocimiento a una persona con capacidades distintas; en el fondo es claro que se trata de una graciosa misericordia, permanece intacta la idea de que se trata de alguna forma de hándicap. Si en una carrera se otorga ventaja a un participante por ser mujer, homosexual o moreno, este solo hecho evidencia que se considera un lastre el serlo.
La igualdad, en cambio, supone precisamente la ausencia de cualquier ventaja, por considerarse que las condiciones de partida son idénticas, de forma que puede competir con cualquier otra persona sin necesidad de ningún género de ayuda externa. Sólo así, al ser realmente irrelevante si se es mujer, moreno u homosexual, y por tanto, al brillar por sus propios méritos estas personas y no por otro motivo, conseguirán la deseada normalidad, la cual vuelve irrelevantes o indiferentes estas condiciones.
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