El católico ciudadano y el Estado laico en México

Estoy plenamente convencido de que los esfuerzos por ser un buen cristiano están vinculados necesariamente a la virtud ciudadana. Este hecho nos obliga, en un primer momento, a reflexionar sobre nuestra relación con el Estado laico.

1.- En México ninguna religión forma parte del Estado. Esto quiere decir que las iglesias son parte de la sociedad civil. Necesitamos un Estado laico porque la sociedad no es laica, sino plural y diversa. Quien diga que la sociedad es laica falta a la verdad, o no sabe lo que dice.

2.- Un auténtico Estado laico no debe oponerse a ninguna religión, ni poner límites a los derechos de los ciudadanos que se identifican con alguna Iglesia. En México, si bien hay avances, todavía no conocemos lo que es realmente vivir dentro de un Estado laico. Existen limitaciones ciertas al ejercicio de la libertad religiosa y perméa un ambiente de persecución de baja intensidad. No es culpa del Estado laico como tal, sino de quienes lo manipulan para favorecer su agenda cristianofóbica.

3.- El apotegma que mejor describe la sana relación entre sociedad y Estado viene del Evangelio. Un día los fariseos le pusieron una trampa a Jesús. Le preguntaron si era legítimo pagar tributo al César, entonces Jesús respondió con una frase que ha sido siempre el quebradero de cabeza del poder: dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

4.- La frase se ha interpretado de manera tramposa para descalificar la participación de los cristianos en la vida civil pues, se dice, no deben meterse en los asuntos públicos. La frase debe interpretarse de manera integral. Quiere decir, cierto, que las cosas del César no son de Dios, pero también que las cosas de Dios no son del César; y la vida, dignidad y libertad de las personas son de Dios. Entonces, el Estado no debe imponer condición alguna a la libertad religiosa de los ciudadanos porque el César no es Dios.

5.- Un auténtico Estado laico, para subsistir y desarrollarse, necesita de dos elementos convergentes: un régimen democrático y el respeto a los derechos humanos, entre ellos la libertad de religión. Esta libertad no es una concesión graciosa del Estado, sino un derecho humano fundamental cuyo ejercicio pertenece única y exclusivamente al ciudadano. Al Estado le corresponde respetarlo, protegerlo y promoverlo, como debe hacerlo con los demás derechos.

6.- Una democracia será tan sólida como fuertes sean los cuerpos intermedios de la sociedad, entre ellos las familias, iglesias, medios de comunicación, colegios, universidades, sindicatos, asociaciones profesionales y un largo etcétera. Estos cuerpos son la única garantía de autonomía de los ciudadanos frente al poder del Estado. La obsesión de los políticos por controlar a los ciudadanos sólo puede ser contrarrestada por una sociedad civil fuerte. Sin esto no hay futuro para la democracia en México. En esta lógica, la defensa de la familia no es un asunto moralista, sino una condición necesaria para el sano desarrollo integral de las personas y la sociedad.

7.- Necesitamos devolver a los derechos humanos su más profundo significado, para salvarlos del capricho de los ideólogos de la cultura del descarte que los reducen a un simple instrumento del poder. Su fuerza y sentido están en la persona misma, nunca en el Estado. Como discípulos de Cristo conocemos el valor de la vida y dignidad de cada persona, en cada momento de su existencial, lo cual desborda cualquier geometría política. Por ejemplo, defender al migrante y los indígenas es parte de la misma batalla contra la pobreza, a su vez impensable sin denunciar las mentiras del aborto, la eugenesia y la eutanasia. La geometría política ideologiza la fe y cuadricula el pensamiento.

8.- Hoy, cuando las ideologías suplen la realidad, la opinión distinta es perseguida y el pensamiento único amenaza con lastimar nuestra sana pluralidad y diversidad; la defensa del auténtico Estado laico es tarea primordial de cada católico, empezando en la familia y los centros de trabajo. En México, el Estado laico es condición necesaria de nuestra libertad como cristianos y ciudadanos.

9.- Para dar la buena batalla es indispensable el cotidiano encuentro con Jesús en la oración, personal y comunitaria, en la casa, la calle y las iglesias. Sólo así podremos desterrar los temores que nos han sido inoculados por generaciones, hasta convertirnos en católicos vergonzantes, en cristianos de corazón entumecido. Seguiremos con nuestras reflexiones.

 

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