Para el Comité de Derechos Humanos de la ONU el niño por nacer no tiene ningún derecho. Y a la inversa, según interpreta dicho organismo, se debe garantizar el acceso seguro al aborto, de forma que la vida no es un derecho, pero el aborto sí. No importó que más de cien países estuvieran en contra, pues un reducido número de “especialistas” lo determinó de esa forma. Países como Rusia, Estados Unidos, Egipto, Polonia, la gran mayoría de los países africanos y musulmanes no respaldan tal perspectiva, sin embargo, la minoría ideológica incrustada en la ONU dictaminó que así tienen que ser las cosas.
Tristemente la asociación que nació fruto del más dramático genocidio de la historia, el holocausto judío, promueve ahora un nuevo género de genocidio silencioso, asesinando a los seres humanos vivos más inocentes en el seno de sus madres, despojándoles de la vida y dejando profundas heridas psicológicas en las mujeres que lo practican.
Ahora bien, este sencillo hecho nos lleva a cuestionarnos sobre la legitimidad y oportunidad de semejante organismo internacional, pues se muestra servil a particulares ideologías y formas de vida, propias de un reducido grupo de países. Carece, de facto, de la legitimidad que le otorgaría representar a un concierto mayoritario de naciones en el mundo.
Nuevamente, el hecho de que un pequeño grupo elegido de “expertos” prevalezca e imponga su peculiar postura, en contra de la oposición de más de cien naciones en asuntos tan delicados como son los derechos humanos, precisamente aquellos que justificaron el nacimiento de la ONU, no permite exagerar. La ONU ya no nos representa, sus decisiones y líneas de acción no están necesariamente respaldadas por la mayoría de los países involucrados, ya no garantiza una defensa eficaz de los derechos humanos, desde el mismo momento en que reinterpreta tendenciosa y sesgadamente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
No bastaba constatar su ineficacia para evitar conflictos, para detener genocidios o hambrunas (como los perpetrados en Ruanda o en el Cuerno de África), no bastaba constatar su ineficacia para defender los derechos humanos, sometiéndose servilmente a los intereses de naciones poderosas, como China o Arabia Saudita, no bastaba observar cómo, año tras año y sin que parezca conocer fin, tanto funcionarios como “cascos azules” hayan sido acusados de violaciones. Ahora, además, resulta patente que un pequeño pero decidido grupo, quiere imponer su particular ideología y modo de ver la vida al mundo entero, a través de una cuestionable interpretación de los derechos humanos, donde paradójicamente no está garantizado el derecho a la vida, mientras que se reconoce el derecho a matar, justificado exclusivamente porque una parte puede hacer oír su voz mientras que la otra no.
De esta forma se traiciona la finalidad fundacional de esta institución, para convertirla en instrumento de globalización ideológica, un nuevo y solapado colonialismo cultural que pisa prepotente los valores de la mayoría de los pueblos. Por eso no deberíamos quedarnos parados sin hacer nada, observando como una minoría estropea una piedra miliar de la civilización, la cultura y el consenso. No podemos contemplar pasivos cómo va adquiriendo tintes impositivos y dictatoriales una institución que surgió precisamente como reacción a la dictadura.
Gracias a Dios ya se están dando pasos. La retirada de Estados Unidos de la UNESCO es una buena señal, pues es uno de los países que más peso tienen en la ONU. Siendo ellos quienes dan el primer paso, no es tan difícil que se produzca el efecto dominó, máxime cuando prepotentemente hace oídos sordos a los reclamos y a la idiosincrasia de los países participantes. Deberíamos presionar a los cuerpos diplomáticos para que denuncien las dolorosas incongruencias de la ONU, y si las legaciones no son escuchadas, sería deseable que los países den un paso al costado, se salgan de los diversos organismos, cuando resulte patente la actitud de excederse en sus atribuciones, traicionar sus principios fundacionales o ignorar los valores de las naciones firmantes. Quizá de esa forma podamos rescatar a la ONU de quienes la tienen secuestrada.
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