Navidad y misericordia

Este año el Nacimiento del Vaticano ha causado una cierta polémica. Como todos los años, el Misterio colocado en la Plaza de San Pedro nos recuerda el acontecimiento central en la historia de la humanidad, el parte aguas que divide la medición del tiempo: el nacimiento de Cristo, por mucho que a los laicistas les pese y prefieran usar expresiones más neutras como “era común” o “nuestra era”, en vez del clásico “después de Cristo”. En cualquier caso la “era común” o “nuestra era” comienza con un hecho histórico, el nacimiento de Cristo que el pesebre de los hogares cristianos quiere recordar.

Este año el Belén colocado en la Plaza de San Pedro tiene un motivo particular. Busca recordar las obras de Misericordia, desde siempre esenciales al cristianismo, pues el mismo Jesucristo muestra su centralidad en la descripción que hace del Juicio Final según el evangelio de san Mateo. Pero, qué duda cabe, dichas prácticas han adquirido un protagonismo especial en la vida de la Iglesia durante el pontificado de Francisco, y el Nacimiento del Vaticano se hace eco de dicha preponderancia. Nadie pone en duda su calidad artística. Regalado por la abadía de Montevergine se ha realizado según el clásico estilo napolitano del siglo XVIII. Sin embargo, los críticos han observado que en medio del despliegue artístico y catequético, la escena central, es decir, el nacimiento de Jesús, se vuelve secundaria, adquiriendo protagonismo en cambio las obras de misericordia, en las cuales, a la postre, aparece un hombre desnudo. En efecto, la obra de misericordia “vestir al desnudo” se representa con un desnudo musculoso, que podría haber salido de un gym o competencia de físico-culturismo. 

El escándalo por el desnudo no es nuevo. Ya en su tiempo Miguel Ángel lo suscitó con sus hercúleos frescos de la Capilla Sixtina. Sin embargo, no deja de entrañar un profundo simbolismo, no se sabe si buscado o providencial. En efecto, una mirada rápida deja entrever dos cosas: en vez de una cueva o portal tenemos una Iglesia en ruinas; en lugar de que el centro lo ocupe Jesús, lo ocupan las obras. Más que una invitación a la contemplación sugiere la acción, el activismo. En lugar de la centralidad de Dios, se ofrece la centralidad del hombre y sus obras. Cabe, sin embargo, una exégesis más benévola. En efecto, la honda y particular espiritualidad de Francisco descubre a Cristo en el pobre y en el sufriente, hasta el punto de contemplar  las mismísimas Llagas de Cristo en ellos. No es desplazar la centralidad de Cristo, es descubrirlo hoy en quien sufre. No le falta razón en cierto sentido, pues a Jesús, además de las representaciones artísticas de los nacimientos, o de su presencia sacramental en la eucaristía, no lo vemos. Son nuestros hermanos sufrientes  a quienes vemos y debemos aprender a descubrir a Cristo sufriente en ellos.

Por eso el Nacimiento del Vaticano cobra una palpitante actualidad y una urgente invitación. Ya san Juan sentenció “el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. Nos invita entonces al amor de Jesús Niño a través de las obras de misericordia corporales, de la preocupación efectiva por quien padece. Es una invitación a la acción, pero también a la contemplación. Ese Niño se nos manifiesta hoy, física y concretamente, en el pobre, el enfermo, en todo aquel que sufre.

Esta enseñanza es hoy particularmente pertinente en dos ámbitos, uno inmediato otro más distante.  En el primero se nos invita a valorar y agradecer el servicio oculto y sin brillo que nos ofrecen tantas personas que pasan los días de navidad trabajando: veladores, policías, personal de limpieza que en la madrugada del 25 están recogiendo la basura de las celebraciones en los lugares públicos, médicos de guardia en hospitales, azafatas en los vuelos. Muchas veces ellos son, como lo fue en su momento la Sagrada Familia, los grandes olvidados de estas fiestas, desplazados por el consumismo. En segundo lugar, que descubramos una misteriosa manifestación actual de la Sagrada Familia en los miles de prófugos y refugiados que tristemente jalonan la geografía del planeta. Pienso particularmente en los cristianos desplazados de Siria e Irak que quisieran volver a celebrar la Navidad en su lugar de origen. Ayudémosles con nuestra oración y si es posible con nuestro donativo. Como Jesús, ellos ahora tampoco tienen techo propio para vivir la Navidad, carecen de hogar por su fidelidad a Cristo.

 

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