Acaban de concluir las fiestas navideñas. Sin embargo, este año 2017-2018 ha sentado un precedente particular e inquietante. La Navidad, tradicionalmente una fiesta familiar y social, caracterizada por la paz, el respeto y la reconciliación, se ha convertido en objeto de burla, sátira y propaganda ideológica. Quienes se llenan los labios hablando de respeto y tolerancia, no han dudado en burlarse, o por lo menos instrumentalizar, lo que para muchos es sagrado.
Quedan lejanos aquellos días en que la Navidad era ocasión de tregua y reconciliación. ¡Cómo olvidar la Navidad de 1914, en la que en pleno fragor de la Primera Guerra Mundial, los británicos celebraron junto con los alemanes la Navidad en medio de las trincheras, cantando villancicos, dando testimonio de que a pesar de los conflictos, los unía un profundo espíritu cristiano común! Ahora, tristemente, ya no tenemos ese espíritu común que nos aúna, y al burlarnos de la Navidad, no acertamos sino a ridiculizar nuestra propia historia, nuestra cultura, nuestros orígenes, nuestra identidad.
Navidad y Reyes de este año han evidenciado, en forma descarada, la doble persecución que sufre el cristianismo en la actualidad. La “tradicional” violenta, a la que tristemente nos acostumbramos, por parte de los fundamentalistas islámicos, que dejó diez muertos en Egipto. La otra, más cínica y disimulada, pero no menos implacable, del secularismo y del lobby LGTBIQ+. Si alguien lo considera exageración o delirio de persecución, una simple enumeración de los hechos puede evidenciar la cruda realidad.
Justin Trudeau, Primer Ministro canadiense, “celebró” la Navidad ridiculizando la Última Cena. El atuendo que portaba junto con su hermano, reproducía la Última Cena de Leonardo, cambiando los rostros de Cristo y los apóstoles por emoticones de Facebook, y el pan y el vino por un pastel de cumpleaños. No tiene nada de gracioso burlarse de lo que para otros es sagrado (Jesús, la Última Cena, los apóstoles), más si eres el representante de un país. Intenta hacer ver como normal lo que es una falta de respeto, una forma de incivilidad.
Este año también alcanzaron protagonismo los “Nacimientos LGTBIQ+”. En efecto, en La Coruña, España, el Ayuntamiento añadió a las imágenes del Nacimiento la de la primera pareja lésbica española. En California, en cambio, optaron por un “Nacimiento Gay”, sustituyendo la imagen de la Virgen María por un san José, de forma que en torno al Niño hay dos figuras de José color rosa. Nuevamente se observa una actitud provocativa en los adalides de la tolerancia, hipersensibles a cualquier actitud de crítica o guiño de desprecio, permitiéndose ellos, en cambio, tergiversar la historia para hacer propaganda de sus elecciones particulares.
La burla al cristianismo continuó en Reyes. En este caso fue en Madrid, en el barrio de Vallecas, donde la tradicional “cabalgata de Reyes”, fiesta popular de carácter infantil, iba contar en esta ocasión con unos “Reyes Trans”, siendo la gran estrella del desfile el Drag Queen La Prohibida. Obviamente la justificación de esta burla está en eliminar la discriminación, aleccionar a los niños para que no sean homófobos, de forma que vean con normalidad a los transexuales. Me parece maravilloso que las personas transexuales tengan el loable objetivo de evitar los comprensibles resquemores hacia sus personas; lo cuestionable es por qué eligen para ello fiestas y elementos cristianos, los cuales si bien permiten e invitan a tratar con caridad a todas las personas, incluidas las transexuales por ser hijas de Dios, son totalmente ajenos a las elecciones sexuales. Al hacerlo, además, se está sexualizando prematuramente a los niños, enfrentándolos anticipadamente a realidades propias del mundo de los adultos.
Estamos asistiendo entonces a una triste metamorfosis de la Navidad, donde en general lo políticamente correcto es omitir cualquier referencia de carácter religioso, sustituyéndola por algún motivo invernal: renos, nieve, Santa Claus o Papá Noël, no importando si se está en el hemisferio sur y es verano. Irónicamente, sólo aparecen los elementos religiosos que dan origen a la fiesta, para ser ridiculizados, o para hacer propaganda de la ideología de género o de elecciones sexuales particulares. No sé qué sea más doloroso, si la agresividad de las burlas o la insensibilidad de los ofendidos. ¿Qué hacer? Pelear no es cristiano, pero la comodidad y la cobardía tampoco lo son. No podemos hacer dejación de derechos que en realidad son deberes. Deberíamos exigir que el estado haga valer el respeto por la identidad religiosa, y aprovechar este descalabro, para reavivar sin pudor los motivos religiosos de las fiestas navideñas.
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