1) Para saber
Cuentan de un joven orgulloso que nunca aceptaba haberse equivocado. Lo apodaban “el Chili”. En una ocasión tomó el autobús. En vez de acomodarse en un asiento libre, se empeñaba en permanecer de pie. El conductor le aconsejaba que se sentara, pues corría peligro de caerse. Pero respondía: “El Chili no se cae”. Y aunque le insistía, contestaba lo mismo: “El Chili no se cae”.
En eso, el autobús tomó una curva cerrada a notable velocidad, y el terco pasajero salió despedido por la puerta, yendo a caer muy malamente contra la acera. El chofer le gritó: “¡Le dije que se iba a caer!” Desde la acera le contestó: “El Chili no se cae…, ¡se tira!”
El orgullo nos impide reconocer nuestros los fallos. Por eso cuesta tanto dar el paso de la conversión. En el camino a la santidad la humildad es imprescindible, como nos recuerda el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica. Las humillaciones, si se aceptan, ayudan para crecer en humildad. Si no se es capaz de ofrecer algunas humillaciones, ni se es humilde, ni se camina a la santidad: “La humildad solamente puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones” (“Alegraos y regocijaos”, n. 118).
2) Para pensar
Robert Orben (nacido en 1927) es un escritor humorista estadounidense, que trabajó también como mago y en la política. Cuenta el escritor que trató de cerca al gran bailarín Fred Astaire y reconocía que el actor era tan cuidadoso, tan perfeccionista, que a él le habría gustado verlo al menos una sola vez detenerse en su baile para atarse una cinta del zapato.
Pero tratándose de alguien como yo, decía el escritor, aspirar a bailar con tal perfección sería soberbia. En cambio, en el siglo XVIII, las mujeres de Nueva Inglaterra hacían sus hermosas colchas, y dejaban en ellas un remiendo, para significar que las obras perfectas las hace sólo Dios. Y concluía Orben: Ni yo soy Fred Astaire ni lo son los demás. Entonces, no es tan malo ir por el baile de la vida con algún remiendillo por ahí.
Pensemos si reconocemos y luchamos contra nuestras miserias o no aceptamos que nos corrijan.
3) Para vivir
La humildad se puede vivir en situaciones ordinarias como el Papa nos ilustra: a veces basta evitar hablar bien de uno mismo; reconocer la valía de los demás en vez de la de uno mismo; elegir las tareas menos brillantes, o incluso, soportar algo injusto para ofrecerlo al Señor.
Quien fuera arzobispo de México, Mons. Luis María Martínez, predicaba sobre la aceptación de nuestras miserias. Y lo predicaba con tal frecuencia que se le adjudicó el mote de “Señor de las miserias”. Decía que las propias miserias pueden suponer una ocasión de abatimiento, pero eso sería soberbia también; o, en cambio, se puede aceptarlas y tomarlas como motivo para luchar, mirando siempre a Dios y sabiéndonos amados por Él. Se diría que nuestras miserias lo atraen y enternecen su Corazón.
La humillación no es agradable, pero es un camino para imitar a Jesús y crecer en unión con Él. El mundo no lo entiende y se burla de tal propuesta. Por ello hay que pedir la gracia al Señor. El Papa nos propone orar: “Señor, cuando lleguen las humillaciones, ayúdame a sentir que estoy detrás de ti, en el camino”.
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