1) Para saber
En una ocasión un grupo de periodistas le pidieron a la Madre Teresa de Calcuta un consejo que les sirviera para toda la vida. La santa los miró y sonriendo les contestó: “Sonrían”. Y al verlos sorprendidos añadió. “Y lo digo completamente en serio”.
A veces se tiene una errónea imagen del santo, como una persona buena, pero triste, sufriente. Pero el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica, al hablar del deseo de Dios para que todos seamos santos, nos recuerda que ser santos no es tener “un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico… El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado”. La razón es que el gozo, la alegría, es una consecuencia del amor, pues “todo amante se goza en la unión con el amado” (n. 122). Y si estamos unidos a Dios, nuestro Amor, el gozo es su resultado.
2) Para pensar
Francisco José Haydn (1732–1809), compositor austriaco, alcanzó gran renombre en el mundo de la música. Interesante es la música religiosa que compuso, en la que muestra su serenidad espiritual.
No faltó quien le criticara porque la música que componía para las misas era demasiado alegre, pero el músico solía contestar “Cuando pienso en Dios, mis notas surgen copiosas como el agua de una fuente; si Dios ha querido darme un corazón alegre, me perdonará que le sirva alegremente, ¡así es como quiere Dios que se le sirva!”.
Próximo a la muerte, escribió: «Quiero que mi vida sea como mis composiciones, que comenzaban con el nombre del Señor y terminaban con el aleluya de alabanza».
Podemos perder la alegría cuando nos falta saber descubrir la presencia de Dios que nos ama y vela por nosotros. Pensemos en qué estamos apoyando nuestra alegría.
3) Para vivir
La Sagrada Escritura nos invita en varias ocasiones a estar alegres: “En cuanto te sea posible, cuida de ti mismo… No te prives de pasar un día feliz” (Si 14, 11.14). Sobre todo, con la llegada de Cristo la alegría brota natural. Cuando un ángel anuncia su nacimiento, le dice a los pastores: “No temáis, vengo a anunciaros una gran alegría… os ha nacido el Salvador”. La Virgen María era consciente del gran bien que nos trajo su Hijo y por ello cantaba: “Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1, 47). San Pablo no deja de recomendarnos: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Fil 4,4).
El Papa Francisco nos advierte que no se trata de la alegría falsa que se empeña en adquirir cosas materiales, pues el consumismo, aunque da placeres ocasionales y pasajeros, solo empacha el corazón. Se trata de una alegría profunda y sólida que, aunque haya momentos duros, tiempos de cruz, nada puede destruirla, pues esa alegría sobrenatural nace de la seguridad personal de saberse y ser infinitamente amados por Dios.
San Felipe Neri (1515-1595), italiano nacido en Florencia, tenía muy bien humor. Les dio refugio a muchos niños pobres y les repetía siempre: “¡Alegría, hijos míos, alegría! Los tristes van al infierno y no a la alegre casa de Dios. Cuando no tengáis qué hacer, reíos, y si tenéis trabajo y lo estás haciendo, ¡reíos!”
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