Al fundarse la Organización Mundial de la Salud en el ya lejano 1948, su acta constitutiva definió la salud como “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Tal definición ha tenido éxito y ha pasado a formar parte de nuestro acervo cultural. Sin embargo, celebrar el 7 de abril, año con año, el Día Mundial de la Salud, nos permite preguntarnos sobre la oportunidad de tal noción, sus límites y la posibilidad de ofrecer otra más precisa o acorde a las circunstancias actuales.
Se trata entonces de hacer el clásico ejercicio socrático de la mayéutica, es decir, cuestionarnos de tal forma que nos hagamos conscientes de los límites de nuestro conocimiento y de las posibles carencias de la definición. Una concepto poco claro o mal delimitado se presta a la manipulación y el abuso.
A la definición de la OMS consignada más arriba podemos unir otras dos. La más antigua de Aristóteles: “La salud es la sustancia de la enfermedad, y en prueba de ello la declaración de la enfermedad no es más que la ausencia de la salud”. Aclara también que el término “salud” no es unívoco, sino análogo: “El ente se dice en varios sentidos, aunque en orden a una sola cosa y a cierta naturaleza…, como se dice también todo lo sano en orden a la salud: esto, porque la conserva; aquello, porque la produce; lo otro, porque es signo de salud, y lo de más allá, porque es capaz de recibirla”. La segunda, menos misteriosa, más reciente y de uso común, es de la RAE: “Estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”.
Podríamos clasificarlas en dos grupos: realistas y prácticas (las de Aristóteles y la Real Academia Española) por un lado, y aspiracional o idealista, en segundo lugar, la de la Organización Mundial de la Salud. Para el primer grupo, la salud es sencillamente el ejercicio normal de nuestras funciones físicas y mentales como seres vivos y conscientes, lo que supone ausencia de enfermedad. Uno está sano si no tiene enfermedades y puede realizar normalmente sus funciones vitales e intelectuales. Sin embargo, la “situación de completo bienestar físico, mental y social” es muchísimo más ambiciosa y etérea. No es posible concretarla, siendo diferente para cada persona. Las primeras dos definiciones pueden determinarse con parámetros objetivos, concretos y universales, la tercera no.
¿Qué significa completo bienestar físico? ¿Puede conseguirse después de los 25 años? ¿Supone la “salud” el uso de suplementos alimenticios, vitaminas, etc., para intentar mantenerme a los 50 con el desempeño de una persona de 25? ¿Y el pleno bienestar mental? Si no he alcanzado la madurez intelectual, por tener apenas 15 años, ¿no tengo salud mental? ¿La dimensión social implica necesariamente la salud? ¿Si soy víctima del bullying estoy enfermo? ¿A partir de cuántos amigos puede una persona considerarse saludable? ¿Tengo un problema de salud si no estoy presente en las redes sociales, o tengo escaso impacto?
La definición de la OMS describe una meta o aspiración legítima de la humanidad. Quizá confunde salud con felicidad, la cual, si bien tiene una serie de ingredientes entre los que se encuentran los de la definición, no puede conseguirse automáticamente. Digamos que es una definición de máximos, en oposición quizá a las otras, más minimalistas. El precio y el problema de esa aspiración es que su contorno se difumina. Puede considerarse un límite inalcanzable, pero que continuamente nos impulsa a mejorar y a no conformarnos con los logros obtenidos.
Puede verse como un imposible idealista, consignado solo en las grandes declaraciones, pero ajeno a la realidad. O, finalmente, puede justificar una serie de abusos.
¿Qué tipo de abusos? La excesiva medicación de la sociedad. Bajo esa perspectiva todos estamos enfermos, y prácticamente no podemos no estarlo. Se justifican todo tipo de intervenciones quirúrgicas o tratamientos farmacológicos, en una carrera sin fin. Lo que constituye, bien mirado, un negocio considerable. Si, además, la salud se ve como un derecho, puede ser una útil arma política, pues finalmente nunca se va a alcanzar, pudiendo ser objeto de continuos reclamos. Quizá por ello sea recomendable reconsiderar la definición de la OMS y volver a las más mesuradas de la RAE o Aristóteles.
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