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¿Y tú, quién dices que eres?

Para empezar, si realmente nos consideramos fieles al Cristo, podríamos decir que somos una de sus ovejas, parte de su rebaño como Pastor.

 

San Mateo nos cuenta en el capítulo 16 de su Evangelio, que Jesús preguntó a sus discípulos dos cosas, quién decía la gente que era Él y luego a ellos, quién decían que era. Simón Pedro respondió inspirado por el Padre: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.» (Mt16:16).

Y Jesús demostró con su vida que efectivamente, Él era el Mesías. Su vida fue fiel testimonio de venir del Padre, como su testigo precisamente. Pero ahora pensemos en otra pregunta. Si alguien nos inquiriese quiénes somos, no como nos llamamos o a qué nos dedicamos en la vida, sino qué clase de persona somos, ¿qué podríamos responder, en relación con el Reino de Dios, en el rebaño del Buen Pastor? En especial, si Jesús mismo nos dijera “¿quién eres para Mí?” ¿cuál sería nuestra respuesta?

Para responder, es necesario repasar nuestra conducta, nuestras acciones, para con Dios y para con nuestro prójimo, en especial de la familia y aquel del que tenemos responsabilidades directas. Revisar nuestra fidelidad al Señor. ¿Cuál debería ser nuestra respuesta ideal?

Para empezar, si realmente nos consideramos fieles al Cristo, podríamos decir que somos una de sus ovejas, parte de su rebaño como Pastor. Y no está mal, pero no es suficiente, falta decir qué clase de oveja somos en el rebaño: la oveja extraviada, que el Buen Pastor tiene que salir a buscar y librarla del lobo, o una oveja desinteresada, o mediocre o una cuyas acciones responden a lo que pide el Señor, y, aun así ¿qué tanto?

 Si somos, como se dice, “un pecador estándar”, podríamos coloquialmente platicarle algo así como: “pues mira Maestro, ahí la llevo, trato de ser buen cristiano, cumplir los mandamientos, pero Tú sabes, somos débiles, y luego fallamos, se nos olvida, nos cuesta tiempo, la vida actual nos distrae, y qué más te puedo decir…” ¿Estaría bien? No.

 Lo ideal, es que podamos responder: “Maestro, soy tu testigo, y así como tú diste testimonio del Padre, yo doy testimonio de Ti, con mis debilidades y ofensas, que Tú me perdonas, como yo perdono a quienes me ofenden. Hago lo mejor que puedo para amar a mi prójimo en tu nombre.”

 ¿Y cómo damos testimonio cristiano? Precisamente así, amando a nuestro prójimo como Jesús nos ama, que nuestras obras sean nuestro testimonio. Pero junto al testimonio de vida, debemos dar el testimonio de la palabra, enseñar en su nombre, predicar su doctrina, no callar ante la ignominia anticristiana, que es tan grave. Sí, ser testigos de obra y de palabra, no cometer el pecado de omisión, quedándonos callados. Defender a nuestro Buen Pastor, bajo la inspiración del Espíritu Santo.

 Que podamos honesta y humildemente decir a quien nos pregunte quiénes somos: “Soy más que una oveja en el rebaño del Buen Pastor, como Él vino a dar testimonio del Padre, yo soy un firme testigo del Maestro Jesús. Doy testimonio de Él, de palabra y de obra”.

 

 

 

 

 

 

 

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